Carlos Gil. No hace falta alcanzar una avanzada edad para darse cuenta de que, sin
dinero, no hay pasteles. Como no podía ser de otra manera, han hecho
falta pocos dias para ver al presidente Puig enarbolando la bandera de
la infrafinanciación de la Comunitat Valenciana para justificar una
demora programada en el arranque de su accion de gobierno.
No deja de ser cierto que una de las primeras obligaciones de un
gobernante (que nos lo cuenten a los alcaldes) es conseguir financiación
para los proyectos de gobierno que se pretende desarrollar y que, por
tanto, era necesario afrontar esta reivindicación desde el inicio, como
ya llevaba haciendo, estos años atrás, el gobierno del Partido Popular.
El problema viene cuando estas reivindicaciones están condicionadas, no
por su objetivo, sino por el color de la administración a la que se
reivindica. El actual sistema de financiación autonómica fue aprobado,
en 2009, por el gobierno de Rodríguez Zapatero. En aquel momento, y
hasta las elecciones generales de 2011, los socialistas valencianos
consideraban que la reforma favorecía a la Comunitat Valenciana y no
levantaron un dedo a favor de reivindicar una financiación que hiciese
justicia con nuestra Comunitat. Justo lo contrario de lo que ahora
insisten en hacer.
La coherencia política viene a ser como el magnetismo en una brújula.
Cuando desaparece, se pierde el Norte. Es cierto que tenemos un sistema
político y administrativo con virtudes y defectos, y que hay que
potenciar la mejora continua de las primeras y reivindicar la progresiva
corrección de estos últimos, pero hay que hacerlo siguiendo siempre una
misma línea, sea quien sea el interlocutor a quien debamos dirigirnos.
Esa coherencia es el valor principal que se reclama hoy a los políticos
para conseguir recuperar la credibilidad de los ciudadanos y, con ello,
devolvernos progresivamente la confianza que, no sin merecimiento, hemos
dejado perder en los últimos años. Si estamos en política, estamos para
defender nuestras ideas y nuestras propuestas, pero con la convicción de
que son las mejores para nuestra sociedad y sin someterlas a continuos
cambios de rumbo al más puro estilo Groucho Marx.
Siempre es más fácil llamar que salir a abrir la puerta. Nada tiene que
ver actuar desde la oposición, con la reivindicación como única razón
de ser, con tener que gobernar aplicando las reglas del juego, aprobadas
por la mayoría (que, en democracia, es el equivalente a aprobadas por
todos) para sacar con ellas la mayor rentabilidad a nuestras
actuaciones. Pero, en cualquier caso, si queremos representar a nuestra
sociedad, debemos primar, ante todas las cosas, que se sienta
identificada con nosotros y con nuestras actuaciones. Nadie dijo que
fuese fácil pero, actuando con sentido común, es posible.
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