Rafa Escrig.
Se
dice que hablamos por hablar; que hablamos mucho pero en realidad no
decimos nada. Se dice que si habláramos sólo lo necesario,
estaríamos callados la mayor parte del tiempo. Existen muchas
sentencias y refranes que recogen esa idea de que hablamos por
hablar. Diversas enseñanzas filosóficas nos han llegado desde
Oriente y Occidente. Desde los apotegmas de los clásicos griegos,
hasta las sutras budistas, y muchas coinciden en las ventajas de
permanecer callados si no tenemos nada que decir. A priori, parece
que todo esto es muy respetable y seguro que estaríamos dispuestos a
recomendar a cualquiera las bondades de estar con la boca cerrada,
antes de decir cualquier tontería, sin embargo…
Para
este análisis, hemos de reflexionar primero sobre el hecho de que no
sólo usted y yo, o el vecino de enfrente hablamos por hablar, sino
que es todo el mundo el que lo hace. Los siete mil quinientos
millones de personas que pueblan el planeta hablamos por hablar en un
ejercicio diario que no solo nos ha hecho humanos, sino que nos ha
hecho evolucionar hasta donde estamos. Hemos de pensar que, a pesar
de que durante miles de años de civilización y de profunda
filosofía, se nos aconseja ser comedidos a la hora de expresarnos,
la realidad ha ido siempre en sentido contrario evidenciando que la
tendencia natural del individuo es hablar, aunque no se tenga nada
que decir. De hecho es precisamente lo menos importante, lo trivial,
lo innecesario, aquello que más nos identifica como individuos
desarrollados.
Qué
ocurre cuando uno no tiene nada importante que decir y, sin embargo,
habla y habla, pues que miente. Miente porque el noventa por ciento
de lo que dice lo imagina, lo inventa, lo supone, lo deduce o lo
fabula, y es así precisamente como nació y evolucionó el lenguaje.
Así es como comenzó el ser humano a compartir la información, como
nacieron los mitos, las leyendas y las religiones. Lo que los
antropólogos llaman la revolución cognitiva, nació entre los
humanos hace unos 70.000 años como una variante del chismorreo. Hoy
más que nunca estamos avalando dicha teoría, pues es hoy cuando más
bulos y noticias de todo tipo se difunden por todos los medios. Y
aunque parezca mentira, ha sido con la práctica de esa variante del
chismorreo, por la que nuestro cerebro ha evolucionado y nos ha
convertido en lo que somos. De donde se deduce que existen ciertas
creencias irrefutables, que deberíamos darles la vuelta y pensar que
no debe ser tan malo algo que forma parte de nuestro sistema de
comunicación y que algo tan abstracto e innecesario como hablar por
hablar es, a la postre, lo que nos ha hecho humanos.
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