Susana Gisbert. /EPDA Por fin. Las mascarillas obligatorias han desaparecido de los últimos reductos que les quedaban, los centros sanitarios y las farmacias. Pocas veces una despedida de algo ha producido tan poca nostalgia como esta. Las mascarillas nos recuerdan aquellos días aciagos, entre la perplejidad y el miedo, en que las horas pasaban entre conseguir levadura o papel higiénico, salir a aplaudir al balcón o cantar Resistiré como si no hubiera un mañana, en el más literal sentido de la frase.
Las mascarillas, a partir de ahora, limitarán su uso al que siempre debieron tener, el estrictamente médico y los casos muy puntuales de personas inmunodeprimidas. Tampoco serán una fuente de lucro para nadie, ni adoptarán las más variadas formas y colores para que no nos muriéramos de pena. Nuestras orejas quedarán por fin liberadas de esa forma de tortura, y ya podemos vaciar bolsillos y bolsos de esa mascarilla que, hecha un guiñapo, habíamos guardado por si acaso necesitábamos entrar en la farmacia o ir al ambulatorio a cualquier cosa.
Confieso que todavía se me ponen los pelos como escarpias al recordar aquellos días del confinamiento, y eso que entonces creía, con una ingenuidad que ahora me parece increíble, que en cuanto saliéramos a la calle las cosas volverían a ser lo que eran antes.
Hemos sobrevivido, pero hemos pagado un alto precio por todo esto. Hay a quinen le ha costado la vida, y eso ya no se podrá recuperar jamás, aunque remontemos la crisis y nos quietemos de delante las mascarillas.
Pero ya sufrimos bastante. Es el momento de celebrar que todo aquello quedó atrás y de aprovechar las lecciones que aquella situación nos ofreció. En su momento, y de un modo bastante naif decíamos que saldríamos mejores y aunque la realidad se ha empeñado en desmentirlo, algo deberíamos haber aprendido. Más nos vale.
Así que se acabó. Ojalá todo aquello quede en un mal recuerdo. Ojalá las mascarillas se lleven con ellas todo lo que pasamos. Y ojalá las personas desaprensivas que aprovecharon la situación para hacer su agosto se lleven su merecido y pongamos punto final a todo lo que pasó.
Sanseacabó. Pero de verdad.
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