Nuestro Estatut de Autonomía parece un barco sin guía. Sin timón claro desde su complejo nacimiento con cesárea incluida. Por evaluar su intrahistoria de una manera urgente, fuimos los valencianos los grandes perjudicados -una vez más- con el estallido de la Guerra Civil, ya que se quedó en ascuas la tramitación ya iniciada de nuestro primer Estatut de autogobierno. Presentados el catalán y el vasco, quedó el gallego y el nuestro en trámite por la suspensión de la República. Esto es importante, ya que después al iniciar la etapa democrática, sólo se consideraban nacionalidades históricas a aquellas que tuvieron Estatuto en la etapa republicana, y como siempre nos quedamos fuera, no así los gallegos que reaccionaron y se llevaron el premio. Así que la primera en la frente, la Constitución de 1978 ya nos dejó fuera de las autonomías de primera.
Y esa desconsideración la hemos arrastrado hasta hacerla trágica. Ya que en la transición, al establecer las dos vías de acceso al autogobierno para los territorios hispánicos, también nos quedemos fuera de la vía rápida del artículo 151 de nuestra Constitución vigente. Aún sin ser reconocidos como nacionalidad histórica, sí que promulgamos la realización de un referendum sobre nuestro acceso a la autonomía por la mayoría de los consistorios de nuestra tierra -siendo el pionero el mítico de Picanya con Ciprià Císcar al frente-, pero aún así, al ver desde Madrid que Andalucía había accedido a esa vía rápida -aunque en Almería perdió la opción autonomista-, se pacto condenar a partir de ese momento al resto de territorios a la vía lenta recogida en el artículo 143. Y de nuevo los valencianos fuimos los primeros en quedar denigrados, verbigracia al abrazo entre Alfonso Guerra y Fernando Abril. El PSOE y la UCD nos relegaban al furgón de cola.
Y así hemos aguantado, gracias a los partidos del turno, populares o socialistas. Hasta llegar a 2006, dónde de manera simbólica el President Camps consiguió que fuéramos la primera autonomía que reformaba su Carta Magna, gracias a pactar con el PSPV de Joan Ignasi Pla. De ser siempre los últimos y perder cada vez el tren de la historia, por una vez éramos los primeros en algo... Nos reconocimos como nacionalidad histórica y poco más. Pero salvamos por una vez la esfera simbológica, de la cual nuestra maleada sociedad valenciana está bien necesitada. Y llegamos a 2011, con el debate indiscutible de nuestra infrafinanciación en marcha, las Corts Valencianes plantean blindar estatutariamente que las inversiones de papá Estado -siempre cicateras e insuficientes con esta tierra- respondan al peso demográfico de nuestra comunidad en el conjunto del Estado. Somos el 10% de la población de España y se invierte aquí sobre el 6%. Una nueva injusticia insoportable más, a sumar a una trayectoria institucional nefasta de todos los gobiernos centrales para con la Comunitat Valenciana.
Y en eso estamos, aquí en 2016. Ya que esa propuesta se ha dilatado por los intereses partidistas de los dos grandes en Madrid, condenándonos de nuevo el PP y el PSOE a la intrascendencia. Y hete aquí que por fin los partidos se ponen de acuerdo y el las Corts se llega a la postura unánime al efecto, y en septiembre de 2015 se plantea en el Congreso la toma en consideración de esta reforma nuestra, la cual de nuevo se desdibuja al acabar la legislatura. Y se ha recuperado esta semana, en abril de 2016, con el peligro de la casi segura nueva convocatoria electoral, que otra vez dejará vacía la iniciativa valenciana. Y nos tocará esperar a la constitución de las nuevas Cortes Generales y el inicio de sus trabajos, allí por septiembre de este mismo año. Un año más de retraso, y lo que te rondaré morena. En eso, a los valencianos no nos gana nadie, a ser vilipendiados y vituperados. Suma y sigue, y nuestra casa sin barrer, asfixiada económicamente y socialmente adormecida. Una vez más.
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