Carmen de Rosa en la exposición de Van Gogh. EPDA En la época en la que todavía se
vendían discos compactos, descubrí casualmente un recopilatorio
doble que contenía una amplia colección de éxitos grandes y
pequeños de Karina. Entre los pequeños, ‘Vincent’ (1971), la
segunda canción más importante de la carrera de su autor, Don
McLean, el del interminable ‘American Pie’.
Yo
no tenía ni idea de que alguien alguna vez hubiera compuesto una
canción llamada Vincent, o Vicente, o Vicent, un nombre muy
valenciano pero por lo demás no especialmente extendido por el
mundo, y menos por la música pop. Los buscadores de internet son
testigos. McLean escogió ese nombre para su dulcísima canción
inspirado por el descubrimiento de la obra de Vincent Van Gogh, un
holandés que sólo vivió treinta y siete años del siglo XIX, y que
en apenas diez dio a luz 900 cuadros y 1.600 dibujos. Póstumamente
batió récords de cotización con alguna de sus obras, pero apenas
las vendió en vida.
Otro
Vincent, Minelli, le dedicó uno de sus afamados largometrajes: El
Loco del Pelo Rojo (1956), con Kirk Douglas. Mucho después llegó
‘Loving Vincent’ (2017), la sorprendente película polaca de
animación “pintada al óleo” por 120 artistas. La cinta, en la
que parte de la obra del pintor cobra vida como decorado de la
acción, tiene como hilo conductor una de las muchas cartas que Van
Gogh escribió a lo largo de su vida. Pintura y escritura para
desentrañar el pensamiento de un hombre que se arrancó un pabellón
auditivo, murió con una bala alojada en su vientre, y deambuló
entre su país natal y diversos escenarios franceses, incluido un
sanatorio mental.
‘Van
Gogh Alive’ vuelve a transitar esa senda. Combinando cuadros y
textos, atendiendo a detalles y fragmentos de ambos ingredientes, la
exposición multimedia itinerante más visitada del mundo nos sumerge
literalmente en el universo Van Gogh. Nosotros estamos en el centro,
y las imágenes se mueven entre nosotros mecidas por la música -no
está la pieza de McLean- a lo largo de cuatro paredes. La mente del
visitante se abre progresivamente, a la par que su boca, durante esta
exposición del estado de ánimo cambiante de Van Gogh y de la
evolución del estilo con cada ubicación geográfica de su
biografía.
El
tiempo no es importante. Pero saquen cuentas: media hora de
‘experiencia’ multimedia; turno para una foto en la silla de ‘El
Dormitorio en Arles’; visita a la tienda de recuerdos; paso por la
sala anexa con caballetes en la que los visitantes pueden dibujar.
Total, una ‘horeja’ de Van Gogh en pleno centro de Valencia.
La
exposición
Valencia
es la quinta ciudad española y quincuagésima del mundo que acoge
‘Van Gogh Alive’. Pero es la segunda del país en visitantes, a
poca distancia de Madrid. Un mes antes de la clausura ya se había
superado la cifra de 80.000.
Sorprende
comprobar cómo un edificio señero, el del Ateneo Mercantil, es tan
versatil como para acoger con toda solvencia una ‘experiencia’
tan innovadora como ésta.
Hay
tiempo para ver la muestra: hasta el 17 de noviembre, de lunes a
domingo, de 9 a 22 horas. En cada sesión hay un númerus clausus
cercano al centenar de personas. Si fueran más, no se podrían girar
y mover por la sala. Hay una tarifa base para adultos de 12 euros
entre semana y 14 en fin de semana, con descuentos para mayores,
menores, desempleados y personas con determinado grado de
discapacidad.
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