En
los libros de historia los
silencios son más grandes que las palabras. Tras las fechas y batallas
se
ocultan seres como nosotros, que amaron y temieron, para ser finalmente
olvidados. Algo más nos deja el paso del tiempo: las piedras. Las
puertas de triunfo,
las murallas, los palacios… espacios vacíos que visitamos admirando las
filigranas más o menos anónimas. Pocos se entretienen en imaginar esa
parte de
estos monumentos que se ha comido el tiempo, esas historias
protagonizadas por personajes importantes pero que, en definitiva, eran
personas. Y como tales amaban, temían y sufrían como el resto de los
mortales. Es el caso de Boabdil.
Del rey que perdió la Alhambra tenemos
los pocos datos que casi todos vamos dejando cuando desaparecemos. Boabdil nació
en Granada hacia 1459 y murió en Fez en 1533. Reinó con el nombre de Muḥammad XII, aunque sus
contemporáneos lo conocieron como "el desdichado", por el triste
destino que le tocó soportar.
Con el apoyo de su madre, la poderosa
sultana Aixa, y el de los Abencerrajes, quitó el trono a su padre en 1482 y se
enfrentó con su tío, el Zagal, para controlar el poder. La guerra civil que
enfrentó nuevamente a esta familia es considerada por muchos historiadores como
determinante para la entrada de los cristianos en la ciudad. No solo se
debilitaron los ejércitos, también se perdieron importantes territorios que
hubieron de cederse a los Reyes Católicos para que liberasen a Boabdil,
apresado durante las escaramuzas de una guerra ciega y fraticida (como todas
las guerras).
A Boabdil lo mirábamos en nuestra
banca del colegio con pena, por perdedor, por ambicioso, por insensato… Ya en su época eran muchos los que
entendían que su desdicha se la había ganado con su desidia y su falta de
moral. Su vida desordenada a ojos de sus contemporáneos le mereció el peor de
los destinos. Las fiestas hasta el amanecer en que corrían el alcohol, las
doncellas y los efebos, la música… todo eso le valió el castigo de perder su
corona y su más preciado bien: la Alhambra. Como si nos culpan de suspender la
oposiciones por salir de marcha todas las noches. Es injusto aunque no
desacertado. ¿No?
A todos nos corría un escalofrío
cuando la profesora de historia nos decía aquello de "llora como mujer lo
que no supiste defender como hombre". No es seguro que de boca de su
madre, la sultana, salieran esas palabras aunque en la actualidad una loma
entre los pueblos de Otura y El Padul, recibe el nombre de “El Suspiro del
Moro” en honor de aquel triste episodio.
Boabdil dejó Granada tras firmar con
los Reyes Católicos un acuerdo por el que se aseguraba una cómoda existencia
como señor de algunos lugares en la zona de las Alpujarras. Se instaló en la
población almeriense de Laujar de Andarax siendo esta su última residencia en
la península ibérica antes de partir definitivamente a África.
Parece que una maldición se cernió
sobre el destino de este monarca que no fue mejor ni peor que sus antecesores,
pero que tuvo la desgracia de cargar con el ocaso de su real estirpe. Un
escenario propio de las tragedias griegas fue rodeando a la familia real,
después de tantas muertes y tanta ceguera, tanto ruido de dagas hundiéndose
entre los corredores que fueron pensados para el deleite, Boabdil solo supo de
lamentarse entre lágrimas: ''¿Por qué la muerte no ha querido ni quiere de mí
nunca!''.
En
medio de un mundo que desaparecía,
la ternura de la reina Moraima. Dicen los cronistas que amaba a su
esposo, y
que lo apoyó cuando se quedó solo ante el precipicio que caen los que
pierden.
Preguntó la sultana al astrólogo Ben-Maj-Kulmut y consultó con él en
gran
secreto el horóscopo del rey, la respuesta sentenciaba el peor de los
augurios: ''Dicen las estrellas que el último rey nazarí vivirá mucho
para padecer mucho''.
Para aliviar tanta pesadumbre Boabdil
se llevó todo lo que pudo, según las leyendas cargó sus mulas con un fabuloso
tesoro material, aunque sin el que más le importaba a Morayma, sus hijos, Yusuf
y Ahmed. Los Reyes Católicos se los guardaron como un as en la manga para
evitarle la tentación al “desterrado” de volverse atrás.
Junto a los tapices, cerámicas, oro,
plata y piedras preciosas, Boabdil abrió el Cementerio Real de la Alhambra,
conocido como La Rauda, para que sus ascendientes no quedaran en tierra
cristiana. Se llevó a sus antepasados hasta Mondújar, donde su madre tenía
importantes posesiones. Al parecer construyó con gran secreto un cementerio
real que aún hoy no ha sido encontrado.
La estancia en la Alpujarra fue
amarga y finalmente embarcó en Adra con rumbo a Fez, donde esperó su muerte,
cansado de tanto perder.
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