Javier Copoví. EPDA La homologación de las mascarillas transparentes por parte del Ministerio de Sanidad es una cuestión de extrema urgencia para paliar las consecuencias de llevar la cara tapada. Todos coincidimos en los beneficios que conlleva para la sociedad en general el uso obligatorio de las mascarillas, ya que son un elemento indispensable para el control de la expansión del coronavirus y la protección de las personas contra el contagio. Pero, lo que quizá no nos hemos planteado, son las consecuencias que éstas tienen sobre la interrelación social, la comunicación y al estado emocional.
Cito al eminente psicólogo Daniel Goleman, quien afirma que “la inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una buena y creativa adaptación social”.
Cuando nos comunicamos, nuestras facciones expresan sentimientos, emociones y aspectos de la propia comunicación, incluso de nuestra personalidad, que son recibidos por nuestros interlocutores y favorecen la captación del sentido de nuestras palabras, eso explica que muchas veces las expresiones y comunicaciones a través de los chats de las redes sociales sean fácilmente malinterpretados. El refrán lo resume muy bien: ‘La cara es el reflejo del alma’.
La visualización de las facciones de la persona con la que se interactúa es fundamental en una perfecta comunicación y relación emocional y no sólo para las personas con discapacidad auditiva en las que es esencial para la lectura labiofacial o personas con discapacidad que refuerzan su capacidad de comunicación leyendo las expresiones faciales, sino para cualquier persona.
Pero la falta de expresión facial no sólo afecta al receptor en el proceso de comunicación, sino también al emisor, afectación que se ve agravada cuando el perfil de personalidad incluye aspectos como una baja autoestima, falta de asertividad, dificultades de comunicación u otras características que confluyen en el estado emocional.
Por eso, siempre se ha dicho, que decir las cosas por teléfono, whatsapp o cualquier otro método no presencial, sin mirar a la cara, es mucho más fácil que hacerlo presencialmente, pues la no visión de la persona con la que nos comunicamos aísla emocionalmente.
Llevar la cara tapada en nuestra inteligencia emocional siempre ha sido sinónimo de esconder algo y ha originado una respuesta de temor, duda e inseguridad en el receptor, además de sesgar y empobrecer nuestras comunicaciones interpersonales, afectar al sentido del discurso y al entendimiento social, descentrar al emisor y alterar nuestros estados emocionales.
Las mascarillas han venido para quedarse durante un espacio de tiempo indeterminado y las consecuencias de la evolución de la pandemia empiezan a notarse en nuestros estados emocionales y nuestra respuestas a la relación y comunicación social, dando lugar a la aparición de nuevos problemas psicológicos como el síndrome de la cara vacía, el aumento de trastornos emocionales, aislamiento social y declive de nuestra comunicación interpersonal.
Por todo esto es fundamental conjugar la protección contra la COVID-19 y la visualización de nuestros rasgos faciales a través de la utilización de mascarillas transparentes que permiten establecer un perfecto equilibrio entre protección, comunicación social e inteligencia emocional. Es muy importante que el Gobierno dé luz verde a una opción que hará esta nueva y extraña cotidianidad más llevadera a muchísimas personas.
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