Hoy asistiremos impertérritos al segundo acto del sainete, como tantas veces así lo ha calificado el petulante portavoz popular Rafael Hernando. Abajo el telón y cierre de la escenificación de un Pedro Sánchez noqueado, el cual ha vislumbrado una semana entre bambalinas y platillos, pero con un epitafio previo, su no investidura. Su discurso inicial del martes, el cual fue plano y tedioso, pecó de egocentrismo al querer pronunciarse en una jornada en solitario, lo cual jugó en su contra al desvelar sus carencias y simplismos. Y su soledad en la tribuna sin acontecer el posterior debate parlamentario, condenó a un Sánchez que quería vestirse por un día de estadista, y acabó ahogado y maniatado ante un condena segura al ostracismo. Que cosechar 219 rechazos, sumados a los resultados históricos nefastos del PSOE en las pasadas elecciones generales o a quedar el cuarto como candidato por la circunscripción madrileña, pues como que tira para atrás...
El verdadero debate, la sesión maratoniana del miércoles, fue un estallido de desafecciones. El todos contra todos en toda regla. En plan freudiano, los recién llegados arremetieron contra el padre: Iglesias, efectista y retórico, machacó a un PSOE desarbolado; mientras que Rivera, insípido y nebuloso, arengó contra la figura de un amortizado Rajoy. El presidente en funciones, en cambio, estuvo fino, irónico y contundente. Se notaba que tenía ganas de dar la réplica, después de semanas agazapado. Dejó a Sánchez descolocado y sufrió el encaramiento de Rivera. Pero salió fortalecido y remozado ante su parroquia. Fiel reflejo de un parlamentarismo de altura, últimamente desdibujado y tachado de decimonónico por esta nueva mala política de la inmediatez, que transcurre sin pena ni gloria a base de tweets y pantallazos.
Que Pablo Iglesias actuó en demasía y se aupó a un tono bronco y mitinero, toda la razón. Pero aportando base ideológica y discurso impetuoso y coherente. Todo aquello de lo que adolecieron la pareja ideal, los protas del pacto de los guapos, los cuales se mueven exclusivamente en el tactismo electoral y el relativismo político. Dio mucha cera a la izquierda acomodaticia y se revolvió con la dialéctica guerracivilista que tanto enardece en ciertas latitudes. Dinamitó los últimos puentes que aún quedaban con el socialismo patrio, enrocándose en la inviabilidad de un Sánchez timorato y teledirigido por Susana Díaz. Y de nuevo clarificó su órdago partidista, el deglutir paso a paso al PSOE para convertirse en la nueva referencia indiscutible de la verdadera izquierda en este país. Incluso en esta estrategia se verá acompañado por un Rivera que, con su cortejo a los socialistas, también pretende arañar votos por la orilla centrista del moribundo partido obrero y español. El desguace del partido socialista. RIP.
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