Carlos Gil diputado nacional del PP. / EPDACuando no se tienen argumentos ni resultados, la única opción que queda para defenderse en política es perseguir el error del adversario para hacerle quedar en evidencia. El problema viene cuando se considera que, en esa persecución, todo vale y se alcanza un nivel de ridículo que llega a provocar escalofríos.
Viene esto a colación de las declaraciones de Miguel Tellado en las que decía que este curso político que empieza se iba a cavar la fosa a este Gobierno infame. Pretender identificar esa expresión con la dictadura franquista es algo que está solo al alcance de mentes retorcidas que pretenden exprimir hasta la semilla del limón para sacar rédito político ante su reiteradamente demostrada incapacidad gestora.
No hace falta ningún derroche intelectual para saber que esa expresión es tan coloquial, como antigua y aséptica y que no guarda relación alguna con la intencionalidad que se le ha atribuido.
Ya en el siglo XIX, Bernardo López García escribía versos donde la azada abría sepulturas, Espronceda mostraba a Montemar caminando hacia su tumba por sus propios excesos, y Bécquer recordaba que uno mismo puede labrarse su sepulcro. Y ninguno de los tres, supongo, es susceptible de ser calificado de franquista.
La metáfora es universal: quien se equivoca cava su fosa. Y Sánchez no es una excepción. Con sus continuados guiños, al precio que sea, a quienes quieren romper España, cada escándalo de corrupción y prostitución dentro de su Gobierno, y cada paso en el procedimiento judicial contra su mujer, su hermano o su fiscal general del Estado, Sánchez da un golpe de pala para abrir la fosa en que enterrar su Gobierno.
Algunos se ríen de Tellado. Otros lo critican. Otros dicen que es exagerado. Pero basta mirar alrededor. El sanchismo se desgasta por sí mismo: La economía no despega, la confianza se hunde, la imagen internacional se enturbia más cada día, sus socios mandan más que él. No es la oposición quien cava. Es Sánchez, pala en mano.
La ironía es evidente. El mismo PSOE que ha hecho bandera de abrir fosas de solo una mitad de la Guerra Civil, olvidando sistemáticamente a la otra mitad, se indigna ahora porque alguien hable de tumbas políticas. Trivializar la tragedia, dicen. Pero nunca han tenido reparo en usar la palabra “fosa” durante años como estandarte partidista. Lo único que les molesta es que, ahora, la pala apunte a su líder.
El PP no necesita tocar la tierra. El sanchismo se entierra solo. Cada cesión, cada escándalo, cada promesa rota es un paso más para dejar abierta la fosa. Pero la izquierda prefiere señalar a la derecha. “Ellos quieren acabar con nosotros”, repiten. No. La historia es clara: los regímenes agotados se entierran a sí mismos. Y Sánchez lleva ya años en plena excavación.
La diferencia está en la perspectiva. El PSOE siempre ha hablado de fosas para volver a casi cien años atrás. Tellado habla de la fosa política que Sánchez cava hoy. No con picos ni cal, sino con una acción de gobierno infame, insultante a la inteligencia y perjudicial para todos, menos para él.
Lo advirtieron los poetas. Lo repite Tellado. Cada cual cava la fosa en la que termina cayendo. Y Sánchez cava con entusiasmo mientras pretende echar la tierra a los ojos de los demás. Por eso no hace falta dramatizar. No es metáfora, es diagnóstico. El sepulturero del sanchismo se llama Pedro Sánchez.
Y la zanja ya está medio hecha.
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