Susana Gisbert. /EPDA Estos
días, aprovechando el puente y que tengo una hija viviendo por esos lares, hice
una visita a la sirenita de Copenhague. Nunca había estado allí, pero tampoco
fui la única españolita que invirtió estos días en hacer ese mismo camino. Y de
ahí es donde me surgió la idea de este artículo. De lo que vi y oí a tantos kilómetros
de mi casa.
Por supuesto, no voy a dedicar este espacio
a contar mis correrías por el mundo. Para eso hay estupendos blogs de viajes a
lo que no quiero ni puedo hacer la competencia. Pero sí a mis sensaciones, a propósito
de la sirenita, y de algo más.
He de reconocer que a mí me hizo ilusión
ver la figura al borde del agua y, por descontado, hacerme junto a ella la foto
de rigor. Pero cuando llegaba, entre muchas frases en inglés, en danés y en otros
idiomas, escuché en perfecto castellano algo que aún me tiene hablando sola. Una
niña le preguntaba a su madre que si le habían dedicado la estatua a raíz de la
película y, lo pero de todo, la madre contestaba que sí.
En ese momento, algo me recorrió las
entrañas. Y juraría que noté como Hans Cristian Andersen se removía en su
tumba, entre indignado y entristecido. Y no es para menos.
La verdad es que peor sería que ni la
niña ni su madre supieran de la existencia de la sirenita, aunque fuera por la película.
A fin y al cabo, la película también estaba inspirada en el cuento, y una cosa
lleva a la otra. Pero a lo que a mí me lleva es a pensar es en la poca afición
que hay en nuestra infancia a la lectura y, en particular a la lectura de los
cuentos de toda la vida. Y es una pena, la verdad. Porque, aunque sea cierto
que algunos son difíciles de trasladar a nuestra vida actual -es difícil
imaginar a una Blancanieves fregando y cocinando para unos enanitos o creer en príncipes
azules como único objetivo de la vida de las mujeres-, para saberlo hay que
haberlos leído.
Los cuentos de toda la vida se pierden.
O tal vez y se han perdido, y solo perviven a través de las películas que les
han dado una nueva vida. Pero lo que realmente me da miedo es que se haya
perdido la costumbre de leer. Porque, como dijo alguien, quien lee vive muchas vidas,
mientras que quine no lo hace solo vive una. Y es una pena que esto desaparezca
Comparte la noticia
Categorías de la noticia