Borja San Juan /EPDAEl primer año de un gobierno no vale para ver ya los resultados de una gestión, pero sí para marcar la impronta. Para ver de que lado te posicionas y a qué ciudad aspiras. Y València venía de ser nombrada capital verde europea o sede de los Gay Games, de ser el punto de las inversiones tecnológicas y de nueva industria más importante del mediterráneo o de ser pionera en un nuevo modelo de peatonalizaciones y movilidad. Seguro que se podían hacer cosas mejor, pero eso son hechos.
Como lo son que hoy se haya pasado a revertir o abandonar peatonalizaciones, a engañar a los vecinos que esperaban acabar con el túnel de Pérez Galdós, porque una ciudad para el coche es peor para vivir que una pensada para las personas. Como lo es que, por primera vez, el ayuntamiento haya sido excluido del orgullo gay o los colectivos hayan abandonado el proyecto de Gay Games, porque en esta ciudad que abanderaba la libertad de ser hoy hay gobiernos del odio. Como lo es que se ha vuelto al turismo como único modelo económico, basado además en la precariedad, y por el camino se han bajado más los impuestos a quienes acumulan viviendas y las convierten en apartamentos turísticos, mientras sube en este primer año de María José Catalá un 20% el precio del alquiler.
Ni verde, ni libre, ni justa. En esas tres palabras no está el modelo de ciudad de esta alcaldesa. Pero sí están en lo que es y define a esta València. Una ciudad que vive ahora mismo atrapada en una paradoja; que está décadas por delante de su ayuntamiento.
Y eso no suele durar en el tiempo, como mucho los 3 años de mandato que quedan. Porque hay una ciudad que quiere futuro, más numerosa que otra que arrastra hacía el pasado. Así que pronto volverá la luz a València.
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