Susana Gisbert Hace un par de semanas, nos dejaba Concha Velasco. Todavía se escuchan los ecos de su multitudinaria despedida y son y serán muchos los homenajes que le brinden. No puede ser de otro modo.
En reportajes inmediatamente posteriores a su fallecimiento, han sido muchos los papeles que han destacado de su trayectoria, desde la pizpireta chica de la Cruz Roja, reflejo de una época, hasta la mística Teresa de Jesús, atemporal por definición. Y, por supuesto, la Chica Yeyé, el éxito sin precedentes de una canción interpretada por alguien que no era cantante. Y que conste que no es crítica, sino admiración. Confieso que no hay fiesta donde no pida La chica Yeyé para desmelenarme con su pelo alborotado y sus medias de color.
Pero, con todo, creo que hay una frase que define mejor que ninguna a la desaparecida actriz. Una frase que, a partir del momento en que ella la pronunció, supuso un cambio de mucha más magnitud de lo que a primera vista pudiera parecer. Porque ella fue quien dijo, en voz alta y ritmo sincopado, esa frase que tantas personas no se atrevieron en su día a decir. Mamá, quiero ser artista. Nada más y nada menos.
A partir de ese momento, cada vez que alguien apunta maneras de artista y quiere convertirlas en su profesión, aparece la frase. Concha Velasco nos enseñó que sí, que era posible, que no había que tragarse el talento y desperdiciarlo en una oficina o en cualquier otro sitio si de verdad se quería convertir la vocación en profesión. Que valía la pena intentarlo, y que había que hacerlo con la cabeza alta.
Por supuesto, no todo el mundo puede llegar. Exactamente igual que todo el mundo no puede ser juez o fiscal, ingeniero de caminos o registrador de la propiedad. Per todo el mundo puede intentarlo. Y Doña Concha nos enseñó que es algo tan digno como cualquier otro oficio, aunque mucho más bello.
No obstante, no está todo hecho. Todavía les queda camino a todas esas niñas y niños que quieren convertir el escenario en su profesión. Todavía hay que luchar por sus derechos laborales, incluido el de cobrar un sueldo, que de la promoción no se come. Todavía han de convencer a mucha gente de que ser artista es una profesión, no una mera afición que complemente su vida. Todavía han de demostrar que no hay profesión más seria que la de hacer feliz a la gente.
“Mamá, quiero ser artista” ha de sonar igual que “mamá, quiero ser médico” O abogada, o tornero fresador. Y eso es mérito de Concha Velasco.
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