Susana Gisbert Ya
sé que es un tema recurrente. Pero tenía que hablar de ello. Porque
tengo la sensación de que cada vez se hace menos, y no porque ocurra
menos, sino porque importa menos. Ojalá sea solo una sensación y me
equivoque.
Hablo
de la violencia de género. De esa otra pandemia -así la calificó
la OMS- que ya estaba ahí mucho antes de que el coronavirus nos
llenara la boca con la palabra “pandemia”. Y he de hacerlo porque
lo ocurrido esta semana no puede pasarse por alto.
En
solo 72 horas computamos cinco asesinatos machistas. Cinco. Ahí es
nada. Cuatro mujeres, una de ellas embarazada, y un niño de 7 años
eran asesinados por quien más debía de quererlos o de haberles
querido. Cuatro maltratadores acababan con la vida de sus víctimas
en nombre de un terror machista que hay quien todavía se obstina en
negar.
Pero
no voy a hablar de quienes lo niegan, sino de quienes saben que la
violencia de género existe y mata. Me preocupa mucho más la actitud
de quienes, aun reconociendo la existencia de la violencia de género,
se han acostumbrado de tal modo a ella que ya ni les causa impacto.
No
lo digo porque sí. En otro momento, esta noticia hubiera abierto
informativos en todos los medios. Los cadáveres calientes eran el
salvoconducto necesario para que la violencia machista viajara hasta
los titulares. Pero eso fue en otro momento. Ahora nuestro umbral de
la tolerancia ha subido tanto que apenas se le ha prestado atención,
más allá de quienes siempre tratamos de estar al quite en esta
materia.
Pensemos
por un momento en qué pasaría si en una sola semana se asesinara a
cinco periodistas, cinco albañiles o cinco políticos, por poner
algún ejemplo. Nadie hablaría de otra cosa, y no habría pandemia,
ni crisis de inmigración que pudiera eclipsarlo. Ahora, sin embargo,
cualquier excusa vale para justificar esa falta de atención,
De
poco sirve que se sostenga que un programa sobre lo vivido en el
pasado por una famosa ponga la violencia machista en prime
time cuando cinco
asesinatos en el presente no lo consiguen,
Hagamos
la prueba. ¿Cuánta gente se ha enterado de lo sucedido esta semana?
¿Cuántas personas saben que nos faltan cuatro mujeres y un niño?
Tal vez nos espante el resultado del experimento más de lo que
creemos.
Lo
que no se cuenta no existe. Y lo que no existe ni preocupa ni hace
que se busquen soluciones. La pescadilla que se muerde la cola. Pero
aquí nos jugamos mucho más, Nos jugamos vidas humanas.
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