Dentro de nada llegará como cada año, el 8 de marzo, día internacional de la mujer, y con él las banderas moradas, los homenajes, las declaraciones y toda esa interminable letanía para dejar constancia de cuán feministas somos, los unos y los otros.
Permitanme adelantarme algunas semanas, porque quisiera honorar a esas mujeres que silenciosamente hacen de nuestros pueblos, ciudades y en general de nuestro mundo, un lugar mejor. Me vienen a la mente mujeres de mi pueblo que admiro porque, con su trabajo y entrega, sin alardear, han mostrado que se adelantaron a su tiempo.
Pienso en Anita la peluquera, que a pesar de tener cierta discapacidad (una pierna más larga que otra) pasaba horas de pie, en una habitación de su casa transformada en peluqueria, cortando, marcando y haciendo permanentes, sin quejarse, discreta, humilde, acogiendo a cualquier hora.
A Filo y Pepica, siempre sonrientes, que dieron color y alegría a un pueblo gris, con sus cardados a lo Gelu, los tipos a lo Bardot, y comprando para sus clientas las primeras revistas de corazón.
A todas esas mujeres, que después de haber trabajado en el almacén, en la Cival sabian decirnos lo mucho que nos querían, ejerciendo todas las profesiones posibles además de amas de casa; enfermeras, costureras, pasteleras, cocineras, psicólogas.
A Mari Rosa y a las otras mujeres viudas jóvenes, que han sacado adelante a sus hijos, sin lamentarse,verdaderas luchadoras.
A todas las "tíetas" solteras que cuidaban de padres, sobrinos, sin esperar nada a cambio, ni tan siquiera un simple gracias.
A todas esas mujeres que respeto y admiro, gracias, muchas gracias por hacernos mejores.
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