SUSANA GISBERT /EPDA Hace unos días se celebraba el día de los museos. Además, un museo valenciano dedicado a la etnología, L’Etno, ha sido galardonado frecuentemente como el museo del año en Europa. Una buena notica que a mí me sabe agridulce.
¿Por qué digo esto? Pues, en primer lugar, por una razón personal que no es precisamente para enorgullecerme. Confieso que no tenía ni idea de la existencia de dicho museo, y, aunque juro que no dejaré de visitarlo, eso no quita importancia a mi imperdonable falta.
El problema es que temo que no es algo que me ocurra solo a mí, y no solo con ese museo. Escarbando en mi memoria reciente, no recuerdo haber visitado un solo museo en mi ciudad en el último año. Y eso no está nada bien.
Recuerdo que, cuando era niña, el colegio organizaba visitas culturales donde, con la alegría añadida de saltarnos las clases, veíamos museos y otros enclaves culturales de nuestra propia ciudad. Se supone que debería habernos dejado un poso de curiosidad cultural y una costumbre de visitar museos que no dio su fruto. Y si no lo dio en los niños y niñas de entonces, dudo mucho que lo haga en los de ahora, con miles de estímulos externos más de los que teníamos entonces.
Dice el refrán que nadie es profeta en s tierra. Y en este caso, se cumple al dedillo. Somos capaces de visitar museos en cualquier lugar, incluso a precios elevados y con entradas sacadas con mucha anticipación, pero ignoramos los que tenemos a pocos metros de nuestra casa. Y, por habitual que sea, no es normal. O no debería serlo.
Para no ceder por completo al pesimismo, diré que ese día de los museos, en que no había que rascarse el bolsillo, vi colas para entrar en alguno. Pero temo que era la excepción que confirma la regla. Y nada que ver, por supuesto, con las colas que se organizan para asistir a conciertos de cantantes de moda.
Algo falla, no cabe duda. Y la clave debe estar en cómo se vende el producto. Porque, aunque algunos museos hacen un considerable esfuerzo por acercarse a los tiempos, e interactúan y crean contenidos en redes sociales, a la gente joven eso de los museos le suena a rollo. Y si no se consigue atraer a la gente joven, la cosa no tiene futuro. O no tiene, al menos, un futuro esperanzador.
Ojalá se consiga atraer a cada vez más gente. Yo, que empecé este artículo entonando el mea culpa, acabaré poniendo remedio mi falta. Prometo que visitaré más museos, y, el primero de ellos, el premiado. El movimiento se demuestra andando
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