Miguel Á. Martín
Siete mil ciudadanos/as
decían los medios que habían asistido a la manifestación en apoyo a Galmed
que se realizó el pasado día 24 de mayo. Yo vi más, vi un profundo poso de
nostalgia; miles de sueños y una buena cantidad de recuerdos. Recorrer de
nuevo las calles del Puerto ante la amenaza al futuro siderometalúrgico,
plantea muchas preguntas. A las que no es fácil dar respuestas, mientras a tu
lado con el cabello ya canoso va tu amigo, con el que corrías delante de los
guardias en Madrid o en los cortes de la A7 en 1983, guardias que a nosotros no
nos tocaron grises, nos tocaron marrones (sería el anuncio de una época).
Junto a él, mujeres y hombres en los que ves la misma mirada de preocupación
que hace tres décadas viste a tus padres, miradas sin futuro. Tampoco falta el
digno caminar de los que no se rindieron entonces y tampoco lo hacen ahora.
Sin embargo, ¿qué nos separa de los años 80? ¿En que nos hemos despistado? ¿Con
qué nos han entretenido?
El 24/5 había mucha gente
en las calles, muchas eran las mismas de las últimas manifestaciones en defensa
de la Sanidad y la Educación Publicas o en contra de los recortes en la
Dependencia o contra la Reforma Laboral más salvaje de la historia. Otras
muchas no, y da la impresión que en este pueblo, durante los últimos treinta
años, nos despistaron, nos hicieron creer que todo es relativo, que hay cosas
pasadas de moda, nos hicieron vivir la ilusión de la clase media y nos
olvidamos de lo que somos: un pueblo de trabajadores, inmigrantes, hijos de
inmigrantes o nietos de inmigrantes. Pero sobre todo trabajadores. Pasamos de
luchar en las calles para disponer de un Hospital, porque la gente moría en
ambulancias camino del Hospital la Fe, a hacer mutis por el foro mientras nos
privatizan la sanidad y volvemos a hacer treinta km para ir a la Clínica
Quirón; Nuestra educación es fruto del esfuerzo de nuestros padres para que
pudiésemos estudiar y tener un futuro, algo que solo puede garantizar la
educación pública; y ahora se nos hacen los “ojos chiribitas” si podemos
llevar a nuestros hijos a un colegio privado en ingles construido en suelo
público o a un concertado religioso cuando no pisamos una iglesia ni en las
bodas.
Ahora después de treinta
años, defendemos el futuro de 165 trabajadores, sus familias y los más de mil
puestos de trabajo indirectos; defendemos el futuro y la dignidad de un pueblo
de trabajadores; defendemos un futuro donde la salud, la educación, el trabajo
y el cuidado de los más débiles no sea un privilegio. Al fin y al cabo somos lo
que defendemos y eso no es poco.
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