Hay tanta relación entre la educación escolar masiva y el Estado nacional que asusta. Explicar el por qué sería demasiado extenso y excedería el estrecho marco de este artículo. Conformémonos, pues, con sólo unos pocos comentarios.
Primero, la educación escolar masiva existe desde hace no más de doscientos cincuenta años y fue creada en el contexto del proceso de centralización del poder político que lleva a la creación del Estado nacional. El Estado nacional desarrolla la educación por su necesidad de educar a las masas y homogeneizarlas para servir de obedientes ciudadanos, con la sabiduría mínima necesaria para satisfacer las necesidades de la producción de una revolución industrial sedienta de mano de obra. A diferencia de todo ello, los ricos siempre fueron educados.
Segundo, la escolarización se presenta a la población por el soberano como un instrumento para alcanzar la igualdad.
Tercero, la igualdad prometida, sin embargo, no es nunca alcanzada y el soberano puede culpar de ello a maestros y colegios, sin asumir nunca responsabilidad alguna al respecto.
Cuarto, los colegios nunca se ocupan sólo de la formación en términos generales, sino que el proceso de aprendizaje va acompañado por procesos de medición que sirven para seleccionar las capas dirigentes y los trabajadores según las necesidades del sistema. Ello permite justificar las diferencias y la desigualdad, basadas en la mayor inteligencia y conocimientos de los primeros y las deficiencias de los segundos.
Quinto, los colegios hacen mucho hincapié en el ritmo del aprendizaje lo que se convierte en un factor diferencial de evaluación, de tal manera que el ritmo del aprendizaje, más que lo aprendido, termina siendo el parámetro de medida del alumnado. La verdad es, efectivamente, que no todos aprendemos al mismo ritmo; lo que no podemos aceptar, sin embargo, es por qué rápido significa mejor.
Sexto, si reflexionásemos un poco veríamos que lo más difícil (¡y complejo!) que una persona aprende en la vida es el lenguaje materno, y eso lo hemos aprendido sin ser enseñados, por lo menos, no profesionalmente. Y si esto es así ¿cómo podemos explicar que, en el aprendizaje escolar, que no es más complejo, el 50% de la población fracasa, y los que lo hacen no son, por lo general, los ricos?
Séptimo, creo que esta es la gran victoria del sistema escolar: la victoria del Estado con la ayuda de filósofos y psicólogos, con su epistemología individualista y abstracta y su lógica simplista de causas y efectos. Todos ellos han convencido a aquéllos que fracasan en el colegio de que la responsabilidad no es de la sociedad y de su estructura política y económica, sino que la responsabilidad es propia y exclusiva de los mismos individuos, que fracasan por no tener las cualidades mentales necesarias para aprender (algo que, curiosamente, no implica ser pobre).
Y octavo, los que alcanzan el éxito no necesitan ayuda, y los que fracasan deben saber que la exigencia de esfuerzo y el trabajo que lleva al éxito o al fracaso es el mismo. El fracaso es también aprendido en la práctica, y sólo a través de la práctica puede ser cambiado. Todos pueden aprender, pero no de manera igual, no en las presentes circunstancias. Avanzar en el saber tiene más que ver con cambiar las circunstancias en las cuales el aprender se produce, no con cambiar a los individuos, que son los supuestos portadores del saber. El aprender, pues, tiene más que ver con el contexto social que hemos construido y en el que se produce el proceso educativo, que con las cualidades personales e intelectuales de nuestros alumnos.
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