Este sitio web utiliza cookies, además de servir para obtener datos estadísticos de la navegación de sus
usuarios y mejorar su experiencia de como usuario. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su
uso.
Puedes cambiar la configuración u obtener más información en nuestra política de cookies pulsando aquí.
El Ayuntamiento de Sagunto ha sido
tradicionalmente un ayuntamiento ingobernable o gobernado desde la
debilidad de una minoría absoluta. Solamente hubo un parentesis
cuando Paco Agües -el único concejal de la Unitat del Poble
Valencià- consiguió cambiar el paradigma del conflicto por el del
consenso. La teoría del pactismo duró una década (1997-2007) y al
menos aprovechó las épocas de bonanza. Sirvió básicamente para
dotarnos de una infraestructuras culturales, juveniles y deportivas
más que dignas de las que podemos sentirnos orgullosos.
Sin embargo, el electorado siempre ha
sido testarudo y se encargó de dinamitar ese paradigma de consenso
votando ampliamente segregacionismo (conflicto abierto) tras el
tripartito (pacto de tres).
Aquel tripartito pudo ser uno de los
mejores equipos de gobierno de la historia de Sagunto y sin embargo
acabó sepultado bajo un código postal. Los últimos ocho años han
sido extraños. Ni de conflicto ni de consenso. Parecían un
paréntesis de dejar gobernar al PP a base de gestión de lo pequeño
y lo cotidiano y trabajar la oposición a base de mociones
grandilocuentes lanzadas al mar dentro de una botella. Honrosas
excepciones confirman la regla.
De nuevo nos enfrentamos al pactismo.
Esta vez de forma obligatoria por la ola estatal de multipartidismo y
la necesidad de demostrar que la izquierda sabe conducir. Y de nuevo
surgen fantasmas del pasado para poner nubes en un cielo que las
urnas dejaron más claro que nunca.
La gente ha votado cambio de rumbo. El
que no lo entienda, el que no arrime el hombro, pagará sus pecados
en las próximas. Lo malo es que mientras tanto nos hará pagarlos a
nosotros: los vecinos.