Juan Vicente YagoHay profesores que, so capa de filosofías, parapetados en
debates o camuflados entre la hojarasca de sus asignaturas inoculan ideologías
y envenenan con inmoralidades. Hay alumnos endemoniados por sus profesores,
pobres alumnos curulleros de locuras inducidas y rebeliones ajenas.
En casi
todos los colegios públicos, y —penoso es decirlo— en muchos concertados, hay
profesores débiles, profesores frustrados, profesores insatisfechos, profesores
cativos, profesores fallutos, profesores zaínos que transmiten a sus alumnos
los comportamientos que nacen de la rendición; que los invitan a sucumbir,
quizá por ese impulso, tan humano, de no ser los únicos, o quizá por convicción
personal.
Afortunadamente, la degradación del hombre todavía no está consignada
en el BOE[1],
y los docentes que actúan así lo hacen a título propio. Junto a ellos quedan
muchos otros profesores íntegros e independientes que muestran a los mismos
alumnos otras alternativas ante la vida; que les abren la perspectiva y les transmiten
que frente a las circunstancias de nuestra biografía cabe reaccionar con
valentía y con probidad, con espíritu de victoria, con esperanza y con alegría.
Estos profesores enseñan, entre otras cosas, que la renuncia no tiene por qué suponer
frustración; que autocontrolarse no es una esclavitud, sino la verdadera libertad;
que no hace falta ser gregario para ser aceptado y que, en todo caso, es preferible
no ser aceptado que ser gregario; que cada individuo es único y valioso en sí
mismo; que las apariencias no deben ser objeto de culto; que ser es más importante que tener; que los amigos no pueden
sustituir a los padres, y que los padres no pueden reducirse a ser amigos.
Estos profesores han hecho siempre y siguen haciendo mucho bien; pero lo alarmante,
lo peligroso está en los otros, esos que han ensuciado su profesión con pringue
ideológico, esos que pretenden manipular las conductas de sus pupilos y
aprovechan la curiosidad natural de los jóvenes, el ansia de justicia que los
caracteriza y su gran capacidad de admiración para deslumbrarlos con supuestas
originalidades que, a la postre, no son más que novedosas presentaciones de
viejos pecados, variaciones imaginativas de antiquísimos extravíos y, en suma,
los anchos caminos a la perdición de los que hoy, inexplicablemente, nadie
habla.
[1] Mientras escribimos
estas líneas hemos conocido la noticia de que la comunidad foral de Navarra
pretende implantar, con carácter obligatorio, un engendro administrativo con
pretensiones de asignatura llamada «Experiencias sexuales a través de juegos eróticos»,
para niños de 0 á 6 años. Es un ejemplo del daño que pueden hacer las
ideologías que, quizá sin saberlo, sirven al mal.
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