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Ya hace tiempo que
no hablamos. Te escribí para anunciarte que intentarían enfrentarnos. A esos
hombres de mediana edad con contrato indefinido que formamos parte de los
“privilegiados” de hoy en día que han sobrevivido a la crisis. Ahora te
escribo para decirte que tu infinita paciencia la están confundiendo con
pasividad. Que tus estancias en el extranjero las están confundiendo con
aventuras formativas. Pero sobre todo te escribo para pedirte disculpas. Mi
generación y la de tus padres va a dejarte una herencia muy pobre. Estamos
aceptando que te roben el futuro para que nosotros conservemos el presente.
Estamos haciendo que la fractura entre los padres y los hijos no solamente sea
saber manejar el Twitter. Estamos abriendo un precipicio. Nosotros; que
todavía tenemos la posibilidad de hacer algo.
Te estamos dejando
un mundo laboral que te eterniza en la precariedad. Lo siento. Pudimos
unirnos y luchar juntos pero vuestra desorganización y nuestra comodidad fueron
una pared demasiado alta. Te pido disculpas. Entrarás al mundo laboral. No lo
dudes. Tienes carisma, personalidad y formación. Pero lo harás con unas
condiciones muy duras. Tu jornada será larga. Tu sueldo será corto quizá hasta
imprevisible. Tus descansos serán breves. Tendrás que mentir a tus clientes.
Venderás cosas en las que no crees. Quizá proyectos, ideas o productos. No sé
si podrás comprarte una casa. Tampoco sé si quieres hacerlo. No lo sé. Tus
vacaciones no las sabrás con antelación. Cuida tu salud para no ponerte enfermo
porque quizá te implique un despido. Y todo eso será porque no supimos hacerlo
mejor. Quizá porque teníamos demasiado miedo a hacer algo.
Te pido disculpas. A
mi alrededor todo el mundo decía que esto es lo que hay. Y no conseguí
convencerles.