Javier Mateo/EPDA En una de las
universales tiras cómicas ideadas por el genio argentino Quino, la inteligente
Mafalda camina con su amiga Susanita, y ésta le pregunta: “¿Cómo será el año
que viene?” A esto, responde: “¡Muy valiente, porque como anda la cosa,
animarse a venir!…” Este gag, que
bien podría servir para cualquiera de los años venideros, ha comenzado a cobrar
desde el año pasado una extraña relevancia por cuanto ha supuesto el Covid en
nuestras vidas. Cada noche del 31 de diciembre, al dar las campanadas del nuevo
año, creemos dejar atrás determinados problemas acumulados, esperando que la
era en la que acabamos de entrar sirva de tabula rasa para todo ello. No
obstante, determinados borrones y cuentas nuevas no siempre dependerán de
nosotros, ni mucho menos de un año que, a modo simbólico, se va “llevándose
cosas”. El terrible problema del coronavirus continúa en el aire (nunca mejor
dicho) y tan solo el futuro dirá cuándo será el momento de su definitivo adiós
(o cuando lo asimilaremos como algo normal, equivalente a la gripe que todos
los años llega y se va).
Otro
argentino como Quino se ha encargado de felicitarnos el 2022 con el tradicional
Concierto de Año Nuevo de Viena. Nosotros, desde nuestros televisores, lo hemos
visto la mañana del 1 de enero entrar en nuestros hogares, pero solo los
entendidos o seguidores del concierto saben que el mismo se ofrece también la
tarde-noche del 31 de diciembre en el mismo escenario y por los mismos
intérpretes. Sirve por tanto de bisagra entre el año saliente y el entrante, y
tanto los miembros de la orquesta como su conductor lo viven en propia carne, o
lo cargan a sus espaldas.
Barenboim,
que va a cumplir las ocho décadas, lleva siete de las mismas en activo, pues
comenzó de niño en la profesión como pianista y ha continuado
ininterrumpidamente hasta la actualidad también como director. Su compromiso
social, demostrado con la creación de la West-Eastern Divan Orchestra (que le
valió el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2002), ha estado
también presente en su discurso dirigido a un público más crecido que el año
pasado (evento único en la historia de este concierto, al retransmitirse con el
pleno de butacas vacío). El espíritu de hermanamiento demostrado en quienes
aman la música y se saben unidos por su divulgación y disfrute no podrá ser
derribado por ningún virus sobre la tierra.
Deseando
que este año constituya el número “cero” del inicio de la normalidad, Barenboim
ha escogido como piezas iniciales dos obras que referencian en su título a la
figura mitológica del Ave Fénix, que simboliza el renacer de las cenizas. En
concreto, han sido la Marcha Fénix, op.
105 de Josef Strauss y Alas del Fénix
de Johan Strauss hijo. De alguna forma, quienes nos hemos despertado con sus
compases hemos querido creer en ello, soñando con el inicio lleno de
bienaventuranzas individuales y comunitarias. Un año más feliz que los
anteriores, para quienes hemos conocido y sufrido los efectos de esta terrible
pandemia.
Impresiona
observar la totalidad de la orquesta desprovista de mascarillas (incluyendo al
propio director), siempre aprovisionados de la elegancia y disciplina que les
aporta la cultura austríaca. Un temple que no les impide demostrar su capacidad
de sorprender al público, como sucede todos los años dentro del programa
escogido. Este, por ejemplo, ha tenido como curiosidad el vals Los noctámbulos op. 466 de Carl Michael
Ziehrer, en la que los intérpretes no sólo han hecho gala de su virtuosismo
para ir al unísono con sus distintos instrumentos, sino también con el que las
ha dotado la naturaleza: la voz. Todos han entonado una misma canción y la han
silbado, haciendo alarde de una magnífica afinación (pues no siempre sucede que
un músico sea tan bueno con su instrumento como con su voz). También ha habido
otras piezas sorprendentes, como la pieza de carácter Duendes de Joseph Hellmesberger hijo, o la polca francesa Ninfas, op. 50 de Josef Strauss, donde
se han puesto en diálogo las imágenes de la sala de conciertos con otras
filmadas en la Escuela Española de Equitación; en ella, se procedía a una
exhibición de equitación clásica protagonizada por ocho caballos de raza
lipizzana y sus respectivos jinetes. Los animales han desfilado con su propia y
sincronizada coreografía, pareciendo seguir el ritmo de la partitura en una especie
de milagro de año nuevo. También ha sorprendido otra de las filmaciones, en la
que el tradicional ballet vienés ha incorporado la novedad de distintos
bailarines y bailarinas de diferentes etnias aportando el toque aunador de las
múltiples culturas, como base a la exótica Las
mil y una noches de Johann Strauss hijo. Sus coloridos vestidos han
terminado coronar la belleza visual y sonora de la pieza. Tampoco conviene
olvidar la delicada y etérea Armonía de
las esferas, op. 235 de Josef Strauss (predilecta de Barenboim y título
evoca el del último libro del maestro José Luis Téllez).
Por
destacar, incluso podría hablarse de la pieza filmada que ha servido como Intermezzo en el descanso del concierto,
donde una mariposa ha servido de hilo conductor por los diferentes y
paradisíacos lugares de la Austria condecorada por su belleza patrimonial, en
la que parece haberse detenido el tiempo. Entre las piezas interpretadas,
sorprende el Walzer fur Streichorchester
de Schönberg, que ha abandonado su dodecafonismo para reconciliarse con la
tradición previa a la atonalidad.
Si
hemos de destacar algo mejorable en el concierto, además de la citada ausencia
de mascarillas en la orquesta (algo inconcebible en otras de Europa, que parece
hacerles de menos) fue la constante dependencia de Barenboim a la partitura
durante todas las piezas (menos en la Marcha
Radetzky, pues la orquesta se convierte prácticamente en autónoma mientras
el director se dedica a “dirigir al público”, indicándole en qué momento
introducir las palmas). Por otro lado, el veterano director apenas se esforzó
en dirigirla con los gestos esperados, no se sabe si por el cansancio acumulado
en el día anterior, por su avanzada edad o por ambas cosas. Sea por lo que
fuera, podría haberse lucido muchísimo más, y no lo hizo. Quizá por ello su
tercer concierto de año nuevo dejó una cierta frialdad en quienes acostumbramos
a valorar su calidez y capacidad acogedora. Incluso las dos últimas obras que
nunca figuran en el programa por tradición (el magnífico Danubio azul y la citada Marcha
Radetzky), quizá las más vistosas, también quedaron un tanto ensombrecidas
por ello.
De
cualquiera de las maneras, analizando el evento en su conjunto, su resultado no
defraudó, y el público disfrutó del programa con idéntico entusiasmo que otros
años (no sabemos si este año acudió como otros Julie Andrews, cuya
interpretación en Sonrisas y lágrimas vale
por todos los conciertos de año nuevo enfocados a promocionar la belleza de la
cultura, música e historia austriacas).
Siguiendo incluso en similar timbre de voz la
estela del desaparecido José Luis Pérez de Arteaga (gran erudito aunque un
tanto engolado), Miguel Llade ejerció de anfitrión para el público español,
radiando el concierto y consiguiendo mantener el interés del espectador
televisivo. Su reflexión personal a modo de cierre resulta bien clarificadora
de lo que significa la música, así como de su poder respecto de otras
manifestaciones culturales: “es la matemática del sentimiento, la arquitectura
de la personalidad, la pintura del color de las emociones, la más universal de
las literaturas y la única arte capaz de esculpir en el tiempo y lograr el
milagro de que una partitura escrita hace doscientos años suene como si acabara
de ser compuesta exclusivamente para nosotros”. Tomando prestada la expresión
creada por Tarkovski (“esculpir en el tiempo”), Llade sitúa la música por
encima del cine al conseguir revivir con la interpretación viva de cada
orquesta la voz del compositor, sin importar el tiempo, el lugar o la cultura.
Por ello es la más perfecta de las abstracciones y, a la vez, la más concreta
de las personificaciones, capaz de tocar al sentimiento de la forma más
directa: “La música es capaz de acercar a los pueblos como pocas cosas”,
termina por afirmar, como la mejor forma de cerrar este bello canto al año
nuevo.
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