Francisco López PorcalLa
situación creada por el virus que vino de Oriente está modificando los hábitos
de la sociedad dejando paso a calles casi desiertas, museos cerrados,
celebraciones suprimidas, todo ello siguiendo las pautas de Sanidad que impone
una distancia social y un confinamiento en la vivienda de cada cual.
Otra cosa
es que se cumpla con total contundencia. Porque no es fácil volver a la
introspección desde la extroversión, y más si esta es mediterránea, sobre todo
si no se está preparado a renunciar a la fiesta, al ruido, al histrionismo y al
cachondeo como adalides superficiales del alma del individuo. La vida es mucho
más que eso. Advierto que no es fácil una cuarentena, y no digamos si esta se
prolonga en el tiempo teniendo como telón de fondo la agradable meteorología de
la que disfrutamos en estas latitudes.
Pero ese retorno al nido puede resultar
hasta traumático para quien no lo valora en su justa medida. El nido,
manifestaba el filósofo francés Gaston Bachelard, constituye la imagen del reposo,
de la tranquilidad asociada a la casa sencilla. En la vuelta al nido resuena un
componente de fidelidad, de reencuentro con la armonía perdida, con la simplicidad, donde lo cotidiano nos debe
conducir a lo sublime, como muestra Chéjov en sus Cuentos.
Sin embargo, en lo
ínfimo, en el torrente de vivencias que conforman todo el mosaico diario, se
puede observar al mismo tiempo la enfermedad moral del hombre moderno. Su miedo
a encontrarse a sí mismo y ver reflejada la mueca de su propio conflicto interno.
Leer una casa, leer una habitación nos conduce a construir esquemas de
psicología y durante estos días de cuarentena se pueden sacar muchas lecciones.
El regreso forzado al nido puede despertar en ciertos individuos los desiertos confusos
y contradictorios de su propio extravío en medio de un puente de aguas
turbulentas, que como decía la letra de la canción de Art Garfunkel, cuando te
sientas deprimido y extraño, cuando te encuentres perdido, cuando la noche
caiga sin piedad, yo te consolaré, yo estaré a tu lado.
No es fácil regresar al
nido y enfrentarse a la convivencia familiar de los valores olvidados, de los
libros pendientes porque no se dispone de tiempo, un eufemismo insustancial y
hasta frívolo cuando en el fondo uno se engaña a sí mismo a sabiendas de su
disgusto por la lectura, de alimentar el espíritu con el deleite de una buena
música abandonada en el desván de la superficialidad, a la tertulia, a la
charla o al repaso de esas viejas leyendas e historias de nuestros ancestros
alrededor de una buena chimenea en la intimidad del hogar, que actúa con la
rotunda seguridad de una concha de caracol.
Y si no díganselo a Quasimodo y el
baluarte protector donde vivía, una catedral que le resguardaba de la
hostilidad del mundo exterior. Un nido en el que el joven deforme se había
acostumbrado a vivir sin ver nada del mundo que se extendía más allá de lo que
ocultaban los muros medievales.
El exceso de información, o la
ausencia de datos selectivos despojados de toda alarma implícita a que está
sometido el espectador/lector, no es el mejor camino para alejar su lógica
incertidumbre, porque el estado de bienestar no tolera bien la inseguridad.
Una
sensación que vivía la nobleza valenciana cuando la peste asolaba la Valencia
del barroco. Tomaba la decisión de marchar hacia sus posesiones en el interior
del Reino escapando de la terrible plaga, mientras que sus criados permanecían
en la mansión de la ciudad para cuidarla hasta su vuelta.
Toda una muestra de
diferencia social cuya ficcionalización
nos ofrece Vicent Josep Escartí en su obra Nomdedéu.
Los tiempos han cambiado, claro. Pero quizás estos personajes trasplantados a
nuestra realidad, se encontrarían en su huida con vuelos cancelados y
comunicaciones restringidas, tratando de escapar hacia África donde sufrirían
como primer escollo las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla o igual
tramarían la idea de partir a Turquía en cuya frontera con Grecia tropezarían
con los sirios que huyen del fuego cruzado. Entonces entenderían como Europa,
el Occidente civilizado, habría entrado en el espíritu de su propia
contradicción.
El mundo parece que se está parando.
El ruido ha dado paso al silencio mezclado con cierto estupor. Si no somos
capaces de aprender a vivir de una manera distinta, adaptarnos a unas medidas
extraordinarias entendiendo que esta crisis es un fenómeno global, quizá nos
sorprendamos cuando al mirarnos al espejo solo contemplemos el espectro de
nuestro propio vacío.
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