Susana Gisbert. /EPDASi
nada lo impide, cuando estas páginas vean la luz ya habrán empezado
oficialmente las Fallas, Y con ellas, la mascletá diaria, ese
estallido de ruido y sensaciones dificimente comparable con ninguna
otra cosa. Nadie de esta tierra, incluso quienes no disfrutan con las
fallas -que los hay- puede sustraerse a ese olor tan característico
que es el olor a pólvora. Un olor evocador que se aspira y se
respira, sobre todo en un año como este en que recuperamos unas
fiestas que la pandemia nos había robado durante dos meses de marzo.
Pero
el ruido y el olor a pólvora no siempre son preludio de fiesta. Y
bien lo sabemos, por desgracia. Porque en este mismo año, mientras
contamos los días aguantando la respiración para que empiecen las
fiestas, en otro lugar del mundo aguantan la respiración para que el
ruido y la pólvora se terminen. Es la guerra, la madita guerra. Y la
tenemos aquí al lado, como quien dice.
La
realidad siempre supera la ficción. Hace un tiempo, cuando asumimos
por fin que la pandemia no sería cuestión de unos meses sino más
bien de unos años, se oían voces que decían algo que entonces me
pasó desapercbido. Hubo quien decía, no sabría decir si con
esperanza o con resignación, que, como a estas generaciones no nos
había tocado sufrir una guerra, estábamos sufriendo una pandemia.
Como si el destino tuviera un cupo de fatalidades para cada sociedad,
y las repartiera a su antojo.
Ahora
me acuerdo de esa frase, y pienso que quien la dijo ya podía haberse
mordido la lengua. Porque la pandemia no nos ha dado un seguro para
nada, y menos para blindarnos ante una guerra. Ahí la tenemos, en
las puertas mismas de nuestra Europa, cuando la pandemia todavía no
se ha marchado. Ahí tenemos unas imágenes de tanques y de gente
desesperada que nunca creímos que veríamos en nuestra confortable
burbuja
Nunca
pensé que, llegado este mes de marzo, escucharíamos en la tele
otras detonaciones que las de nuestros petardos, ni veríamos más
fuego que el de nuestra Cremà. Tampoco pensé que el sonido de la
percusión no sería el de las bandas de música, sino el de tambores
de guerra. Pero, como decía antes, la realidad siempre supera la
ficción. Y no lo hace, precisamente, para mejorarla.
Este
ruido da escalofríos. Ojalá durara tan poco como dura nuestro ruido
y nuestra pólvora. Crucemos los dedos.
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