Hector González. /EPDA
¿Qué sientes cuando dices que eres de Valencia? Estás en un país
extranjero. Conoces a alguien y te pregunta, en el idioma con el que
os comuniquéis, “¿de dónde eres?”. Y después de contestarle
que “de España”, te plantea el mismo interrogante con la
intención de saber con precisión de qué parte de España.
O visitas otra provincia española.
Entras en la oficina de turismo. Para su estadística, tras tu
consulta, te cuestionan sobre tu origen. Respondes con una sola
palabra: Valencia. Un vocablo que en tu interior –en mi caso, sí-
resuena más que cualquier otro topónimo. Significa demasiado.
Evoca mucho. Y lo pronuncio con orgullo. De corazón. Sin complejos.
La filósofa y referente ética
Adela Cortina –una de las muchas valencianas ilustres que sientan
cátedra a escala internacional- recalcaba en una reciente
conferencia que el carácter autóctono, el valenciano, “es
tolerante y abierto”, lo que califica como una excelente “baza a
jugar en un mundo cada vez más cosmopolita”. La demostración
palpable la comprobamos cada día en las aulas multirraciales en
muchos centros educativos, en las numerosas fundaciones y
organizaciones que trabajan para ayudar a extranjeros sin recursos y
en los foráneos más acaudalados que vienen a vivir a Valencia
porque les encanta, precisamente, nuestro afrontamiento existencial.
Sí, no derrochamos la simpatía ni
el carácter franco de los nativos de otras autonomías. A veces nos
sobra verborrea y nos falta escucha. Todo hay que reconocerlo. Al
contrario, nos encanta autoflagelarnos de manera recurrente
atribuyéndonos el anacrónico término ´meninfot´ como sinónimo
de “todo me da igual”. De pasividad hasta el absurdo. Como una
especie de Oblomov –el personaje más célebre del escritor ruso
Goncharov- a la mediterránea.
¿Cuántas veces hemos escuchado la
manida frase “es que los valencianos somos…”, siempre concluida
con una calificativo peyorativo? Yo lo dejaría en que “somos seres
humanos” –mi respuesta a quien lanza esas tópicas e
inconsistentes sentencias- con las mismas virtudes y defectos, a
nivel general, que alguien de Austria, Alemania o Polonia, por citar
países de la Unión Europea.
Y esa base la
aderezamos con nuestra propia esencia, pulida por la calidad de vida
de la ciudad, curtida por la experiencia de nuestros ancestros
emigrantes y transformadores activos, y salpimentada por los mil y un
encuentros –convocados o espontáneos- sociales en los que nos
suele encantar participar y afinan nuestra capacidad para conocer a
nuestro interlocutor. Compartimos, por encima de todo, una “unidad
de destino”, recurriendo al término del filósofo Ortega y Gasset.
Somos, en definitiva, de Valencia.
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