Susana Gisbert. /EPDAEsta misma semana una amiga me hacía llegar una noticia que había pasado desapercibida entre récords olímpicos y fugas no menos olímpicas, pero que me encanta. Una de esas noticias que nunca abrirán titulares, pero deberían hacerlo. Porque no todo puede ser estratosférico, intenso o tremebundo.
Se trataba de una cafetería que había colocado un sensor que detecta la sonrisa, sin la cual no se abre la puerta. Una suerte de sonrisómetro que convierte la sonrisa en el santo y seña para acceder a ese lugar, de modo que sin sonrisa no hay modo de franquear la entrada. ¿A qué es una idea preciosa? Al menos, a mí me lo parece.
Se trata solo de una cafetería, desde luego, pero no estaría mal que cundiera el ejemplo. Podría instalarse un dispositivo semejante en los Parlamentos, a ver si se rebajaba el nivel de tensión que ha convertido el insulto en una constante y ha puesto en busca y captura a la cortesía.
También podrían instalar un artilugio de este tipo en la puerta de entrada de algunas cadenas de televisión o, al menos, del lugar donde se realizan esas tertulias donde se escupen litros de bilis, aunque es posible que la sala se quedara vacía.
Y, ya puesta a pedir, lo instalaría en las fronteras. Que nadie pudiera entrar a un país sin hacer un esfuerzo para relajar el rictus, para ser agradable y no entrar más crispación, ni siquiera de contrabando.
Dice la ciencia que para sonreír se necesitan 17 músculos -hay estudios que dicen que 12- mientras que para mostrar el enfado hay que mover 43. Así que hay ora razón poderosa para practicar este ejercicio tan sano. Requiere mucho menos esfuerzo, y se paga, por tanto, con muchas menos arrugas en el día de mañana. Un dos por uno en toda regla por el que merece la pena entrenar a fondo, aunque a veces las circunstancias lo pongan difícil.
Así que acabaré con una sugerencia para los próximos Juegos Olímpicos, ahora que se han acabado estos y tenemos cuatro años por delante. Convirtamos la sonrisa en disciplina olímpica, y pongamos en marcha los entrenamientos hoy mismo. Y, si no nos clasificamos, que nos quiten lo bailado. O, mejor dicho, lo sonreído, que no es poca cosa.
Yo, por mi parte, voy a planteárselo al Comité Olímpico más pronto que tarde. Y seguro que, aunque no me hagan caso, la propuesta provoca una sonrisa en sus caras. Que buena falta nos hace.
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