Manuel J. Ibáñez Ferriol. /EPDALos meses de frío, son el momento idóneo para realizar la matanza, acopio de productos para tener alimentos a lo largo de todo un año. En los pueblos españoles es costumbre realizarla para cuando lleguen los meses de frío o de calor extremo, tener con que llenar los estómagos.
No se conoce el origen, aunque los antiguos pueblos celtas de Europa ya la realizaban. El pueblo griego ya tenía consagrados los cerdos a las diosas Deméter y Cibeles, y los romanos al dios Marte, sacrificándolos en su honor.
Durante el sitio de Troya se aplacó la cólera de Poseidón, inmolando un cerdo, un carenero y un toro, costumbre heredada por los romanos. Fueron estos últimos quienes transmitieron al mundo occidental la organización y venta de la matanza en carnicerías, surgiendo así el oficio de carnicero y normas concretas para el sacrificio del animal.
Esto va acompañado de los primeros manuales sobre la salazón y la conservación de los productos de la matanza, destacando entre ellos las “Ordenanzas de Diocleciano” (año 301 d. C.), muchas de cuyas normas se vinieron aplicando hasta finales del siglo XX. Frente a su prohibición en el judaísmo, según se refleja en la Biblia y en el libro Levítico, y el islamismo, los pueblos cristianos pueden consumir esta carne. En la Península Ibérica, los cristianos siguieron con esta costumbre heredada de los romanos, tolerándose el consumo de carne de cerdo durante la dominación hispano-musulmana.
Recuerdo de pequeño, en el pueblo dónde se conocieron mis padres, ubicado en la provincia de Teruel, la bacona había tenido cerditos y nos mandaron aviso para que fuéramos a verlos. Cuando llegamos vimos un gran espectáculo vital: el nacimiento de nada menos que 10 gorrinos. Uno de mis amigos, era hijo de la dueña de la piara y me dijo: vamos a ponerles nombres. Y así lo hicimos: Nerón, Simón, Zeus, Chimo, Berto, Lilian. Habian, más machos que hembras, razón por la cual la bacona no había cumplido con la paridad habitual que tanto se llevaba y todavía se lleva. Nada más nacer corrieron a mamar de las tetas de la madre, cosa muy hermosa y que les ayudaría a crecer y vivir. Ya tan pequeños y con ese maravilloso afán de supervivencia. Mi amigo me dijo que cual quería que fuese mi protegido y le dije que Simón. Ya sabes las obligaciones de todo padrino. Yo le dije que sí.
Con el paso del tiempo, Simón y el resto de sus hermanitos, iban creciendo y haciéndose grandes. Les encantaba jugar con el destino de sus cuidadores, a los que les exigían más cargas impositivas en forma de pienso para hacer músculos y estar cada vez mejor. No había tregua y mientras tomaban el alimento, jugaban a ver quien era más rápido y listo de todos. Hablaban en su lenguaje y hasta prometían cosas que luego no podían llegar a cumplir por no tener presupuesto, por que los cuidadores se cansaban de sus exigencias o quizás porque no siempre les asistía la razón. Sea como fuere, les encantaba recordar cuando mamaban de las tetillas de su madre, de pura raza hispana, una bacona fuerte, dura, a veces incomprendida, pero firme y llena de vida. Hubo alguno de los hermanitos de Simón, que quiso volar libremente y no seguir con los demás hermanitos. Lentamente los demás se dieron cuenta de la desdichada aventura que quería emprender Nerón y se rebelaron. Fue la mayor protesta no solo de la piara sino de todo el corral, ya que todos los animales de la granja no dudaron en decir que eran todos uno y que la mejor forma de funcionar no era con el complaciente “armisticio” sino remando todos a la vez. Pero el cerdito no tenía ganas de seguir con todos y pensó en salir disparado, en el momento que fuera más oportuno. Y así lo hizo, por la noche, con alevosía, nocturnidad y unas dotes de supremacía sobre los demás colegas. Se refugió muy pronto en otra granja, alejada de los tentáculos de la que provenía. Y se instaló con todo lujo de detalles siendo protegido y agasajado con los mejores manjares que hicieron de las suyas, engordándolo cada vez con más rapidez. Y claro llegado el mes del otoño, nos llegaron noticias de que había sido sacrificado de forma violenta ya que sus cuidadores no pudieron protegerlo convenientemente. Nerón pasó a ser aprovechado en su integridad porque ya sabemos que todo cerdo tiene su matanza por san Martín.
No tuve tristeza, ni sollocé, ni dejé que mi rostro se llenara de lágrimas cuando me comunicaron que Simón, se había convertido en el líder de la granja, con mentiras, engaños, cuentos y fabulaciones. Fue más listo que sus demás hermanitos sobre todo Nerón y supo convertirse, en el rey de todos aquellos que le dieron apoyo para que no le llegará su momento de matanza. Eso sí, no fue nada “agradecido” porque solo tenía un pensamiento: ocupar el sillón para él, solo para él. No volví a saber nada de mi Simón. Solo pienso cuando me sirven unos buenos embutidos que podría ser mi cerdito, pero claro, eso pertenece al mundo fantástico y no al real de todos los días.
Felices días de matanza.
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