Rafael Escrig.
Si no estoy equivocado, creo
que no se debe fumar en las paradas del autobús. La cosa tiene
sentido pues, aunque no es un sitio completamente cerrado, las
personas que aguardan allí, se ven obligadas a compartir el cigarro
si su vecino se pone a fumar. Creo que el respeto a los demás obliga
a no fumar bajo la marquesina de una parada, esté prohibido o no. No
obstante, hay mucha gente que no piensa de la misma forma, o que les
importa un rábano, o que ni lo piensan y encienden su cigarrillo lo
mismo que si se miraran la hora en el reloj.
La prueba de ello la podemos
constatar acercándonos a cualquier parada y dirigir la vista al
suelo. Allí podremos encontrarnos con la prueba de lo que digo:
cigarrillos a medio consumir de quien le ha sorprendido la llegada
del autobús, colillas apuradas al máximo, colillas caseras de
tabaco suelto, e incluso finas colillas de algún que otro porro. Sin
ir más lejos, esta tarde me he encontrado en la parada con un
surtido de cuarenta y dos colillas; me ha parecido como si todo el
mundo hubiera ido a fumar allí.
Está claro que no pensamos en
los demás, lo que se traduce en una importante falta de civismo, y
es necesario denunciar estas cosas aunque solo sea por despertar las
conciencias, para llamar la atención del que lo hace mal a sabiendas
o a ese ciudadano despistado que pide disculpas cuando se lo
adviertes, aunque es probable que, tanto el uno como el otro, lo
vuelvan a hacer.
Ayer viajé desde Barcelona
con un tren Alaris. A los diez minutos de partir, mi vecina de
asiento comenzó con las llamadas de teléfono. Después de enterarme
de que lo había pasado tan bien, de que se había comprado un
vestido así y unos zapatos asá. Cuando leí por tercera vez el
mismo párrafo y aquella conversación no llevaba visos de acabar, no
tuve más remedio que pedirle disculpas por interrumpirle y hacerle
saber que para hablar por teléfono tenía que hacerlo desde la
plataforma, cosa que aparece reflejada en las pantallas de a bordo
entre otros consejos que nos da la Renfe.
Después de aquello, todo
perfecto: un viaje tranquilo y una lectura aprovechada. Mi vecina,
supongo que ya se habrá enterado de que no se debe molestar hablando
a voces por el móvil durante veinte minutos. Yo, todo hay que
decirlo, me quedé sin saber qué más se había comprado y dónde se
lo había pasado tan bien, quizá me hubiera dado alguna idea, porque
nunca sé adónde ir; vaya una cosa por la otra.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia