Hector González. EPDA Cuando pasas cerca de un remozado hotel –con cambio de nombre incluido- situado cerca de la calle Embajador Vich de Valencia puedes escuchar un estruendo de cánticos y de ambiente festivo. Han abierto recientemente un restaurante que incluye espectáculo viernes y fines de semana para amenizar las cenas, cuyo coste por cubierto fácilmente puede alcanzar los cien euros.
En la céntrica plaza de Manises atiende desde hace escasas semanas otro alojamiento con un restaurante de alta gama, junto a las sedes de Diputación y Presidencia de la Generalitat. Un lunes por la noche resulta llamativo pasear por la calle Navarro Reverter, en el barrio del Ensanche, y observar sus terrazas repletas de comensales, incluida la de otro hotel de nivel elevado ubicado en esta vía urbana, en cuyo interior igualmente abundan los clientes prestos a pagar menús de 39 y 59 euros sin bebida incluida.
No constituyen excepciones, ni mucho menos, en una ciudad cada vez más atractiva para foráneos con notable poder adquisitivo a la búsqueda de un lugar con buen clima, más o menos seguro y con todas las dotaciones para vivir.
Mi amiga Laurence Lemoine, directora de la agencia Valencia Expat Services, no da abasto ayudándoles a instalarse. Estos extranjeros aportan una porción cada vez mayor de clientela a restaurantes de gama medio-alta. No obstante, comparten salón o terraza con numerosos nacionales cuya capacidad económica se ha incrementado durante la pandemia o que, precisamente por la crisis existencial que ha provocado esta, han decidido no ahorrar y gastar en comidas o cenas de rechupete sus recursos. Carpe Diem. Tengo un amigo que invierte sueldo y herencia en rutas semanales por restaurantes que no bajan de los 50 euros por comensal.
Este poderío adquisitivo contrasta con la imagen de familias enteras durmiendo en la calle, cada vez más en inhóspitos lugares céntricos. Con las mantas apiñadas en portales para proteger del frío nocturno a indigentes, con la mayor demanda de ayudas sociales por parte de numerosas familias a las que no les llega para comer o pagar luz, agua o alquiler. Deben elegir.
Forman parte de ese millón y medio de ciudadanos de la Comunidad Valenciana en riesgo, o situación real ya, de pobreza (casi un tercio de la población autonómica), dos puntos por encima del dato del año anterior. Un contraste dramático, desgarrador, que aumenta y que se vive en las calles de la misma ciudad, la cada vez más cosmopolita Valencia.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia