Leopoldo BoníasLos olores, los sabores, los sonidos, las
imágenes, las tenemos asociadas a experiencias que las hacen extrañamente
agradables o desagradables según las circunstancias. El cardenal Cisneros
organizó la conquista de Orán en Africa y allí se presentó a pesar de sus más
de setenta años de edad. Al pasar revista a las tropas se le dijo:
- Pase vuestra señoría ilustrísima por estrota
parte porque de esa le dará mucho enfado el humo de la pólvora.
- No sé os dé nada, general, que el humo de la
pólvora - le dijo Cisneros - en la guerra me huele tan bien como el incienso en
la iglesia.
He tenido toda mi vida la suerte de vivir "a
la sombra del Micalet", una expresión muy utilizada para referirse a
aquellos valencianos muy apegados a su cuna. Ahora en una de las plazas
emblemáticas del Cap i Casal del Regne
de Valencia como es la Plaza del Pilar, todas las tardes me gusta mirar a
través del balcón de mi casa para ver cómo un gran número de niños inundan la
plaza que lleva el nombre de la Patrona de la Guardia Civil y juegan alegres
tal como lo hacíamos los de mi generación hace más de cincuenta años. Fuera de
influencias externas tras el confinamiento de la pandemia, los niños
fundamentalmente al fútbol y las niñas a otros juegos menos bruscos.
No sé por
qué extraña razón, el otro día viendo la
plaza repleta de pequeños, reflexioné
sobre esa herencia valiosísima que tenía ante mis ojos que es necesario
preservar de influencias perniciosas. Fue entonces cuando me acordé de lo que se
dice que en cierta ocasión ocurrió cuando le preguntaron a Francis Ford Coppola
sobre si la trilogía de películas EL PADRINO trataba sobre la familia, a lo que
el genial director cinematográfico norteamericano contestó; "no, trata
sobre la herencia", ya que lo importante es traspasar la obra, lo que
hemos hecho. Veo a esos niños como nuestra herencia, los que tienen que
mantener nuestras tradiciones, pues como se dice en el film El violinista en el
tejado, "sin la tradición, no somos nada"
Después me siento en el sofá del comedor de mi
casa a ver la televisión. A veces , tengo que subir el volumen del aparato ante
el bullicio alegre de la plaza. Lo que en otras circunstancias me resultaría un
ruido molesto, la verdad es que me sabe a música celestial como le ocurría a
Teodoro Llorente cuando rememorando su infancia escribía,
" Vora el barranc dels Algadins,
s´alcen al cel quatre palmeres;
lo vent, batent ales lleugeres,
mou son plomall i els seus troncs fins.
En ells, milers de teuladins
fan un soroll que el cor encisa.
Qui oir pogués sa xiscladissa
vora el barranc dels Algadins!"
Y es que, como decía el conde de Albrit
interpretado por Fernando Fernán Gómez en la película El Abuelo, somos
prisioneros del tiempo.
- ¿Oís a ese pajaro?, les decía a sus nietas
- Sí, es un jilguero.
- ¿Pero cómo es posible?. Ese pájaro es el mismo
pájaro que cantaba aquí cuando yo era un chiquillo. Lo recuerdo muy bien.
Estoy seguro. También él es prisionero del tiempo como nosotros. También él
está hecho de tiempo.
Y es que esos niños jugando en la plaza son como
aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas a las que se refiere
Joan Manuel Serrat en su canción de las que los vecinos del barrio de Velluters
no quieren desprenderse. La regeneración del barrio se ha producido en la Plaza
del Pilar. Muchos vecinos confían esperanzados que poco a poco todos los
jardines y plazas del barrio sean como el de la Plaza de El Pilar y que ninguna
acción desafortunada de la administración en la zona haga que retorne la
degradación. Ahora lo importante es, al menos, no desandar lo andado.
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