Francisco López Porcal Durante la
canícula veraniega, en Valencia hay que aprovechar las primeras horas de la
mañana, las más placenteras para recorrer una ciudad todavía dormida. El sol es
todavía una claridad dorada que invade tejados y terrazas y recorta el Micalet
en el azul grisáceo de la calima.
En la otra orilla del Turia, junto a la
Trinidad medieval, el calor comienza a manifestarse húmedo y ante el previsible
sofoco busco el descanso en una umbría. Franquear el jardín neoclásico junto a
Bellas Artes es penetrar en un oasis de frescura. Sentado en un banco de piedra
de una pequeña glorieta contemplo entre laureles y setos de mirto y boj la
portada plateresca del antiguo palacio de los Duques de Mandas.
Junto a ella
encuentro otra, la del antiguo convento de San Julián de estilo barroco.
Curiosamente a pocos metros, se halla otra portada señorial, la del palacio de
los Condes de Alcudia. Debe ser que la memoria de la ciudad en lugar de estar
viva perdura en una mueca jibarizada del pasado. Demasiadas puertas
absurdas en estos Jardines del Real.
Si la puerta simboliza un cosmos de lo
entreabierto y, al igual que el puente, permite unir lo separado, las puertas
que contemplo conducen a un presente vacío y descontextualizado sin que
atravesar su umbral origine ningún ensueño de deseos ni tentaciones. Al menos
la antigua portada del Palacio de Jura Real que cierra los jardines en la parte
opuesta, tiene una función aunque muy diferente a la del mundo del XVIII al
cual servía en la antigua plaza del Ayuntamiento.
Otras puertas se encuentran
desperdigadas en el perfil urbano, como la del antiguo Banco Hispano Americano,
obra de Francisco Mora, que cubre el busto de Sorolla en el Puerto.
Puertas renacentistas como la del derribo de San Miguel y San Dionisio,
incrustada en la parroquia de San Pascual Bailón, junto a la Alameda. Hay
también puertas y más puertas de mundos e historias perdidas para siempre en
otras latitudes. Del noble palacio de Mossen Sorell, existe una en el Louvre y
otra en una galería de la Reggio Emilia italiana, cuando no otras desaparecidas
como la gótico-flamígera que servía de pórtico al Convento de Jerusalén.
Si injusto fue el desmembramiento de
sus lugares de origen donde cumplían una función primigenia, existen otras
puertas que en lugar de tender puentes, los cierran. En este sentido, el
filósofo George Simmel manifestaba que la puerta constituye una articulación
entre el espacio del hombre y todo lo que está fuera del mismo.
Un razonamiento
que me conduce a considerar la inexistencia de la tantas veces proyectada
puerta a los jardines desde el antiguo Colegio de San Pío V, procurando un
entorno más amable. A pesar de todo, duele más la función de otras puertas del
interior de este histórico edificio. Aquellas que impiden la entrada de par en
par a un mundo, el del arte clásico, que necesita nuevos diálogos y renovados
lenguajes para que la sociedad contemporánea, no quede descolgada de un espacio
que debe formar parte de su formación humanística. Difícil tarea para un mundo,
el que nos rodea, poco sensible y peor educado hacia una cultura que se diluye
en otros discursos más superficiales.
No le de más vueltas, se oye una voz
a mis espaldas. ¡Ah! Es usted Mr. Clichy. Creo que ese problema al que le está
dando vueltas, no tiene solución. La dejadez en que se encuentra esta pinacoteca
demuestra el escaso interés de la sociedad valenciana hacia sus propios
tesoros. De otra manera no se contentaría, sobre todo sus autoridades, sin
importar su color político, con las sonrisas y promesas del ministro de turno
jamás cumplidas.
Es cierto, profesor. En esta ciudad los proyectos se atascan sine
die a la media hora de escuchar las buenas intenciones de quien los
anuncia. Luego, la nada, porque nunca hubo nada, fue todo un broma, como la del
vuelo de Clavileño. La puerta de la visibilidad de este museo está atrancada.
Existen más obras encerradas en su almacén que las que se contemplan
actualmente en sus salas. Pero seguiremos esperando con eterna resignación,
como la del aguador y aperador de carros que narraba Goytisolo en Campos de
Níjar, "con el sol y un poquico de ná, se las arregla usté y va tirando". He
perdido la cuenta de los directores que vinieron y se fueron.
Voy a aprovechar la ocasión, dice el profesor, para acercarme a la
biblioteca. Necesito consultar una información sobre imaginería medieval. No se
moleste, Clichy. Está cerrada temporalmente por obras. Ya sabe lo que duran
aquí las obras. Oiga, ¿aquí hay alguien preocupado por la cultura? Pues, tengo
mis dudas profesor. Debe ser que no es rentable políticamente. Como aquellas
puertas del Jardín de los cerezos, de Chéjov, que se cerraban ante el nuevo
orden social que se avecinaba, el mismo que relega actualmente a las
Humanidades en los nuevos planes de enseñanza.
Mire, dice el profesor, quizá
los amantes del arte intenten agarrarse con fuerza a la puerta de la belleza y
la cultura clásica para que los vientos de la indecencia y la ramplonería no
terminen por cerrarla. Dicho esto, Maurice Clichy hizo ademán de despedirse con
la mano probablemente en busca de otra biblioteca especializada en arte.
Apago la sed en una fuente pública
cercana y vuelvo a sentarme. La placidez del lugar intenta diluir la
persistencia de lo absurdo bajo una deliciosa umbría. Escucho unas risas
infantiles apagadas por la espesura de la arboleda, en cuyas alturas cantan
invisibles unos gorriones. De repente, un aluvión de tráfico lo invade todo.
Comparte la noticia