Blas Valentín. /EPDAEl pasado 10 de septiembre se conmemoró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Las cifras son duras: en 2023 murieron por suicidio 4.116 personas en España, según el Instituto Nacional de Estadística. En 2024 fueron 3.846, de acuerdo con los datos provisionales del INE, lo que supone un descenso del 6,6% respecto al año anterior. Una bajada que da un ligerísimo respiro y muestra que la prevención es posible, aunque seguimos hablando de miles de vidas perdidas cada año.
Pienso en un compañero de la Academia General de Zaragoza, cuando preparábamos nuestro breve período de formación para oficiales de complemento. Reía, parecía estar bien. Tiempo después, falleció por suicidio en otra unidad. Nadie lo esperaba. Detrás de su sonrisa había un dolor que pasó inadvertido.
Desde entonces me persigue la idea de que el “estoy bien” no siempre es una respuesta: a veces es una armadura.
Hace unos meses vi una viñeta de El Roto que decía: “Cada vez hay más gente explicando cómo vivir mejor y menos gente viviendo mejor”. La frase resume bien nuestros tiempos. Nunca ha habido tantos gurús, pantallas, consignas y fórmulas mágicas para vivir mejor. Mindfulness, manuales de autoayuda, frases inspiradoras en redes, medicación que a veces alivia y otras no alcanza la raíz del problema… Pero mientras tanto, la soledad crece, y muchos se sienten atrapados en una compañía que no acompaña o en un silencio que no se atreve a pedir ayuda.
No se trata de demonizar los apoyos: las terapias funcionan, la medicación ayuda cuando hace falta, y las técnicas de autocuidado pueden ser útiles. Pero el suicidio rara vez responde a una sola causa. Puede haber dolor interno, puede haber soledad, o un cúmulo de quiebras que se vuelven insoportables.
No existen recetas fáciles. Pero se sabe —y así lo subrayan iniciativas como la línea 024 del Ministerio de Sanidad o la campaña Romper el silencio salva vidas (RTVE)— que escuchar sin juzgar y permanecer cerca puede marcar la diferencia. No lo soluciona todo, pero puede abrir un resquicio de aire.
También hace falta reconocer que el dolor existe. Vivimos en una cultura que lo tapa con frases positivas de consumo rápido, como si todo dependiera de cambiar de actitud. Y la actitud importa, claro que sí, pero tiene márgenes: la vida es dura, y fingir lo contrario solo aumenta la sensación de fracaso de quien sufre.
Las apariencias engañan. La sonrisa no siempre refleja calma. A veces lo que más falta hace es prestar atención a lo que tenemos cerca.
Si alguien que lee estas líneas atraviesa un momento de desesperanza, que sepa que no está solo. En España existen recursos de ayuda inmediatos: el teléfono 024 de atención a la conducta suicida, disponible las 24 horas; el 112 en casos de urgencia; y el Teléfono de la Esperanza (717 003 717).
Llamar puede parecer poco. Pero puede ser todo.
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