Carles López Cerezuela. Una
de las consignas de
la felicidad es
el abandono de la velocidad.
El tardocapitalismo da
sus últimos coletazos intentando que
el pedaleo de la bicicleta consumista
sea cada vez más rápido
por lo que luchar contra la velocidad
se convierte en la principal lucha
por la felicidad.
El
movimiento “slow” es un movimiento internacional
que recoge esa
inquietud y la convierte en paradigma
ideológico y sinérgico con
el planteamiento de la crisis ambiental
y la aparición de Internet.
Ambas
cosas cambian todo el planteamiento
de la supervivencia de
la especie humana en el planeta Tierra.
Básicamente el movimiento “slow”
consiste en hacer menos cosas
y más despacio. Comer más despacio
para disfrutar de la comida, conducir
más despacio, leer más
despacio para disfrutar de la lectura,
en definitiva vivir más despacio para
disfrutar de la vida.
Todo
esto que suena tan grandilocuente en
realidad es el reino de lo
pequeño, la plaza de las minúsculas.
Las
microacciones (gente pequeña
en lugares pequeños haciendo cosas
pequeñas) son la autopista del
cambio que debe afrontar nuestra
actual estrecha mirada consumocortoplacista.
El
Alcalde de Valencia Joan Ribó
(Compromís) ha dejado la velocidad del
centro a 30 km/h. Es un
buen intento de recuperar la calle
para la gente. En los viajes se
detecta rápidamente el grado de humanidad
de una ciudad en función de
la relación entre los vehículos y
la gente. En los países menos desarrollados
creen que ir en vehículo
te dota de una prioridad absoluta
sobre todo. En los países más
avanzados el peatón recibe un trato
exquisito con aceras más amplías y
preferencia de paso.
Sagunt
presenta grandes posibilidades porque
son las ciudades medianas
las que mejor pueden abordar
convertirse en slow cities.
Sagunt
tiene el tamaño ideal y
la orografía ideal. Peatonalizar, desviar,
ganar espacios para las personas.
Hay mucho camino por recorrer.
Eso sí, despacio, porque vamos
muy lejos.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia