Ya hemos superado los telúricos tres meses. Incluso ayer se cumplieron los cien días. Estamos sin gobierno y tan felices. Asqueados de este trimestre que se ha demostrado cansino y repelente. Los partidos y sus líderes han perdido fuelle, ganas y motivos. Claro está, todos menos el candidato
Sánchez
, el cual se juega el todo por el todo de su catarsis política y personal. O consigue llegar a
La Moncloa
sea como sea o aquí se le acabó el baile. Que su partido en el sur y su reina plenipotenciaria
Susana Díaz
ya va tocando a arrebato. Incluso el
President Puig
se pone de costado por lo que pueda pasar.
El verdadero y único peligro que nos acecha a la sufrida ciudadanía reside en el empecinamiento del tal Sánchez en apoltronarse en la Presidencia del Gobierno, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Claro que es legítima la ambición, pero no a cualquier precio. Y más si conlleva poner al pie de los caballos a todo el país, ofreciéndolo en bandeja de plata al nuevo populismo irredento configurado entorno al mesías
Iglesias
y toda su tropa. Que ese remozado
politburó
a lo
soviet
sea el oráculo dónde el socialismo español se conjure para llegar al gobierno, pues es desmoralizante. Y más después de cosechar el
PSOE
sus peores resultados históricos. De pena.
Hoy estarán reuniéndose sin parar Pedro y Pablo. Es el gran día para ambos. Uno rechinando los dientes clamando que le hagan presidente y el otro con la mueca maléfica impostada, rumiando si opta por lo fácil o se lanza a comerse a toda la izquierda de este bendito país. El precio es público y notorio: la vicepresidencia, todos los
ministerios troncales
del Estado y la no renuncia al referendum catalán. Por contra, el aspirante, intentando no inmolarse a la primera de cambio, se saca el comodín de
Ciudadanos
como antiácido necesario. Así cree que se centra y compensa las veleidades
podemitas
. Pero sabe a ciencia cierta que la incompatibilidad manifiesta de ambas muletas le hace quedarse cojo. Muy cojo.
Mientras, el embelesado
Rivera
sufriendo lo que ha conseguido ser, intrascendente. Y
Rajoy
noqueado paseándose por los medios, pero sin nadie que le escriba. Además de gestionar de una manera ridícula el empastre de su grupo municipal de Valencia y amparando a una
Rita Barberá
indigna y nociva, tanto para el partido como para sus vecinos. Que manera de acabar una trayectoria de dos décadas como alcaldesa de todos los valencianos. De la hoguera de las vanidades a la caída de los dioses, vaya.