«¡¡Quien no lo haga tendrá un cero!!»,
brama con imperio una profesora de Gimnasia. Esta semana el instituto Violant
de Casalduch, de Benicàssim, ha confundido la Gimnasia, no con la magnesia,
sino con la patrulla de limpieza. Su alumnado se ha visto obligado a dar las
clases de esta materia fuera del centro, en el cercano barranco de Farja. Mas,
no se dejen engañar: allí, lejos de desempeñar una actividad deportiva, los
niños y adolescentes han desfilado, bolsas de basura en mano, para recoger del
suelo cuanta basura encontraran. La cosa no tiene desperdicio, o quizá tiene
demasiado, ya que los hemos visto portar hasta mallazo de ferralla. A esto lo
llama la profesora hacer gimnasia…
A la orden de la docente hemos podido
verlos: unos, sin cuestionarse la normalidad del acto, agachados sobre
colillas, pañuelos, vidrios, chatarra y heces con obediencia maquinal; otros, a
regañadientes, conscientes de que no tienen por qué «cargar con la mierda
ajena». Pero, en presencia de la profesora, la espiral del silencio se impone,
mayoritaria. Se escuda ella en la concienciación cívica y temprana de un
entorno ecológico, en todo ese galimatías engañoso de bazofias solidarias; sin
embargo, de este eufemismo sólo nos queda el eco y nada de lógico: estamos ante
un peligrosísimo abuso de poder. La promotora de esto hasta se ha atrevido a
colgar un vídeo en Internet. En Facebook puede verse, en la página del
instituto. Lo enmascaran con el absurdo nombre inglés de plogging (Machado, Unamuno, resucitad; os imploro),
cuando no es más que basura e irresponsabilidad. En él aparecen niños sin
guantes, sin máscaras, sin equipo adecuado, dejando sus chaquetas tiradas en
cualquier sitio para trabajar.
Nos viene entonces a la cabeza el
guasón comentario que el señor S. hace en la película School of Rock;
coronando la originaria frase de Goethe, apunta: «El que sabe hacer una cosa,
la hace; el que no sabe hacerla, enseña, y el que no sabe enseñar…, ¡da
Gimnasia!». ¿Qué hacer ante quien ni siquiera sabe impartir Gimnasia? ¡Toca
plantarse, pues! Así debió de sentirlo y pensarlo más de un alumno. Siempre hay
excepciones que siguen su camino recto, disidentes con conocimiento que no se
descarrían con la grey y se rebelan. Y hacen bien, sin duda. Cumplen entonces
con su deber de alzar la voz cuerda contra una imposición insensata por
esclavista y (lo que es peor), por insana, por indecente. Sea cual sea la
autoridad oficial que haya dado el visto bueno a este desatino, debemos
plantarle cara (aunque en el Ayuntamiento y en Inspección nos corroboran que no
saben nada, estupefactos).
Estamos hablando de menores. Estamos
hablando de horas lectivas. Estamos hablando de manos desnudas, sin más
protección que una bolsa de plástico, tocando cigarros, condones, rincones
orinados y todo tipo de inmundicia. El barranco de Farja es infecto lindero.
Aún pueden hallarse en él restos del coche robado que se estrelló el pasado
año. Su conductor, un joven drogado de 18 estíos, cayó desde unos 4 metros de
altura tras reventar la balaustrada de coronamiento. ¿Qué pintan los niños
allí, entre los cristales hechos añicos? ¿Dónde está el respeto? ¿Van a hacer
de esta práctica su ley? Pues yo os digo que si la ley os viola, que violéis la
ley. ¡A la mierda con ello!
¿Quieren promover espíritus
cuidadosos, prevenir los estercoleros y tener un entorno modélico de revista de
cuché? Pues, señores docentes, sean decentes, ¡seamos decentes! La cosa es sencilla:
¿ven a fulanito tirando al patio una colilla que se acaba de fumar a
escondidas?; oblíguenlo a recogerla y, si se niega, castíguenlo, ábranle
expediente o llamen a sus padres. Pero lo que jamás deben concebir es que pague
toda una clase por la desidia de unos pocos; está fuera de lugar, está fuera
del instituto. Esta medida será muy cómoda y democrática para el docente, pero
desde luego es bien injusta.
«¡¡Quien no lo haga tendrá un cero!!», resuena
aún la amenaza de la profesora, como sargento que otea a su destacamento
hormigueando entre la escoria. Que a nadie le amedrente: si con ello quiso
tener la última palabra, a este paso olímpico tal vez lo consiga. A pulso. Pero
redondeemos el cero volviendo a Goethe, quien muy oportuna y sabiamente escribió:
«Si cada uno se ocupa de limpiar su acera, la calle estará limpia».