La vieja Europa está temblando. La holgada victoria de la derecha extrema en Italia, liderada por Giorgia Meloni, una suerte de Juana de Arco y Evita Perón spaghetti, ha dado directamente a la lÃnea de flotación de las democracias más avanzadas, y también más decadentes del continente europeo. Su triunfo es la respuesta del pueblo italiano a polÃticas tradicionales de las que están cansados, aburridos y hartos.
Siempre he dicho que los partidos polÃticos de ahora son simplemente maquinarias electorales para ganar (o perder elecciones), invadidos de burócratas y asesores alejados de la realidad más palmaria, distantes con las gentes de a pie e incapaces de resolver los graves problemas a los que se enfrenta la sociedad. Y ese es el toque de atención de los votantes del paÃs de la bota en unos comicios en los que se han deslegitimado las ideologÃas de la izquierda caniche, como llama Juan Manuel de Prada a formaciones que todavÃa creen en el espÃritu bolchevique o aquellas de 'gauche divine', incapacitantes para ofrecer soluciones y alternativas, y también las del neoliberalismo atroz que han ido cargándose la sociedad del bienestar.
Es el grito desesperado de los italianos, con una abstención mayúscula, que se aferra a alguien que les escucha. Mensajes directos, argumentos convincentes, empatizar en la calle…. Es lo que ha hecho la Meloni, (tachada de postfascista, que también), frente a los relatos alambicados de partitocracias que solo saben jugar con abalorios del sÃ, pero no y todo lo contrario.
El ejemplo lo tenemos en España cuando hace unos dÃas la ministra portavoz Isabel RodrÃguez espetó a la salida del Consejo de Ministros que en el "autobús se habla de la crisis del Consejo General del Poder Judicial". Mentira. Viajo muchÃsimo en transporte público y nadie menta en sus conversaciones lo que pasa en el CGPJ, ni saben lo que es. Eso sÃ, hablan de listas de espera, de colegios en mal estado, el encarecimiento de los precios, la subida de la gasolina, y alguna vez de la guerra de Ucrania.
Y, fuera del sentido común está también la alcaldesa de Castellón, Amparo Marco, encerrada en su torre de cristal, sin pisar la calle y llevada en volandas por sus adláteres a todo tipo de foros y reuniones distantes y distanciados de lo que desean los vecinos. Lo de las obras no pedidas de reforma de la avenida de Lidón es una buena prueba de ello. Aunque sus dos apellidos empiezan por M, una hace protagonista a sus compatriotas, la otra camina en dirección contraria a sus conciudadanos.