Comer arropado por un arco interior del histórico Palau de los Boïl d'Arenós y con la panorámica de 12 tiradores de cerveza artesanal incrustados en una pared de azulejos que los separa del depósito cervecero conservante de su frescura. Constituye esta una de las experiencias factibles en Zeta bar, un local de reciente apertura -cumple esta semana un mes- en la cada vez más concurrida Plaza del Patriarca, ubicada en el cogollo peatonal de Valencia.
Otra la supone sentarse en su recogido porche, entre la soleada terraza exterior y las mesas coronadas con amplias lámparas individualizadas de su comedor. Y una tercera está relacionada más con la conversación, la que inspira Raúl, jefe de sala de este bar impulsado por Anabel Navas y Cristian Jardel, propietarios del similar Mi Cub, en el bullicioso Mercado de Colón.
Raúl se explaya comentando cómo evolucionó su vida laboral para bifurcarse hacia el sector de la restauración y de qué modo su ilusión ya cumplida consistía en dirigir un establecimiento en el que pudiera aportar su impronta. Lo hace con un servicio continuo e ininterrumpido de comida procedente de los comercios del citado Mercado de Colón o con el diálogo constante con el vecindario.
Anabel aporta su perspectiva de experta en la distribución cervecera y su alianza con la empresa Zeta, sembrada en Alboraya y especializada en el producto artesanal y que proporciona al bar hasta una docena de variantes, cada cual con su propia denominación, que abarcan desde la rubia con matices cítricos a la tostada con poso de café.
Lo que no cae en la copa al abrir cada tirador se desprende en el interior de un capazo de plástico, similar a los utilizados en la recolección de naranjas o mandarinas tan habituales en la provincia de Valencia.
Mesas y taburetes salpimentan el local. Aunque el objetivo de quienes han estado año y medio acondicionando cada detalle de las dependencias consiste en aportar el regusto de la taberna clásica, han querido adaptar la visión al presente. De este modo, en lugar de banquetas redondas y toneles que hagan las funciones de mesita prolifera el diseño nórdico, más propio de espacios compartidos de trabajo. En este caso, para configurar un lugar en el que se coincide para comer.
O para más específicamente disfrutar del concepto de picar, porque la carta, basada en tapas y bocadillos con toque propio y con el aura del denominado kilómetro 0, da más pie a compartir platos de la carta. Como sepia con mayonesa o calamares de playa con su sabor castizo, no el edulcorado por el servicio rápido. O como su ensaladilla rusa al punto del corte y coronada por cebolla encurtida. O su coca con pimiento ahumado.
Y así un largo etcétera acompañado siempre de alguna cerveza del amplio repertorio. Incluso el brownie de chocolate con el que se puede rematar el ágape en cualquiera de sus tres espacios (comedor, porche o terraza) o intercalándolos si la ocupación lo permite para paladear el encanto propio de cada uno.