Dicen que los
tÃmidos tratan de enmascarar su personalidad haciendo gala de una actitud
extremadamente extrovertida. Luis GarcÃa Berlanga decÃa que de pequeño tenÃa
una vocación, la de "ser invisible" y que, ya de adulto, la transformó en un
deseo más realista: "pasar desapercibido". Cuando decidió dedicarse al oficio
de cineasta, continuarÃa queriendo permanecer en el anonimato. Una tarea
imposible en dicha profesión desde que, según sus palabras, "los que se llaman
intelectuales decidieron que este juguete habÃa que romperlo y sacar a flote a
aquellos que lo hacÃan, en concreto el director". Para él, esa decisión serÃa
similar a la tomada por un un prestidigitador que, al terminar su número,
mostrase su truco. Berlanga creÃa en el pasado de un cine "mágico" donde habÃa
"unos seres dentro" que "lo hacÃan pero que no se conocÃan". Afirmaba que le
hubiese gustado pertenecer "a ese momento de la no identidad de quien hacÃa la
pelÃcula". Por ello, tal vez, el homenaje que este año se le tributa al
cumplirse su centenario podrÃa carecer de sentido pero, por fortuna, le
conocemos y valoramos su trabajo. Su timidez y humildad no pueden ocultarse,
pues el cine de comedia que tanto le gustaba como espectador y por el que
siempre decidió apostar, no serÃa el mismo sin sus aportaciones. Y, por
extensión, tampoco la historia del cine español o europeo, que quedarÃan
huérfanos de una parte importante de su legado. Otra de las confesiones del
maestro valenciano más reseñables parece dar la razón al principio de este
artÃculo, ya que necesitaba hablar constantemente para ocultar los vacÃos en
las conversaciones y evitar sentirse culpable de dichos momentos incómodos. Su
cine se caracterizará precisamente por esto: por el diálogo constante, por el
ruido ocultador de silencios. Como buen valenciano, era un gran devoto de lo
festivo, las tracas y, por supuesto, las fallas. La caricaturización o
descripción grotesca con la que caracterizaba a
sus personajes venÃa a describir precisamente al ser humano con sus
bondades y contradicciones. A pesar de la aparente artificiosidad, querÃa ser
reflejo de una realidad que él observaba diariamente. Sus magistrales planos
secuencia corales representan no sólo su capacidad única para escenificar ese
macromundo en su micromundo cinematográfico, sino su gran capacidad para
dirigir a un innumerable plantel de magnÃficos actores (aunque él mismo
volviese a recurrir a su humildad para asegurar que poner tanta gente en danza
no era sino una forma de maquillar el no saber dirigir). Con él, sus actores
fetiche dejaban de ser secundarios para demostrar que valÃan tanto o más que
los protagónicos. Junto a su amigo y guionista de cabecera, Rafael Azcona,
Berlanga encontraba ideas para sus historias sentado en mesas de café, poniendo
atención a lo que acontecÃa a su alrededor. "La vida alrededor" se desarrollaba
mágicamente en un continuo e interminable plano y esas escenas quedaban
posteriormente registradas en historias filmadas, algunas de ellas
verdaderamente revolucionarias para su tiempo. Llama la atención cómo ciertos
tÃtulos emblemáticos del cineasta lograron colar un gol por la escuadra a la
censura de la época, como sucederÃa con Plácido
o El verdugo. Sin duda, el aire
amable de sus films anteriores (Bienvenido,
MÃster Marshall, Novio a la vista, Calabuch, los jueves, milagro) quedarÃa sustancialmente modificado por la
mano de Azcona, mucho más ácido y negro que Berlanga y, sobre todo, más
crÃtico. La censura, en cierto sentido, puso más difÃciles las cosas a éstos y
otros creadores, pero también les obligó a desarrollar historias más elaboradas
y simbólicas para poder sortearla, por lo que paradójicamente Berlanga se
convierte en quien conocemos debido en parte a esta necesidad. Él mismo dijo:
"En otras ocasiones, la censura "tenÃa mucho más ingenio que nosotros".
Célebre es la anécdota en que un amigo censor de Berlanga le confesó que, tras
leer en uno de sus guiones un plano con una vista general de la Gran VÃa,
afirmó: "Siendo la pelÃcula de Berlanga, ¿quién nos aseguraba que no sacarÃa en
ese plano a cinco curas saliendo del cabaré Pasapoga?"
Berlanga conocerÃa
de primera mano el cine ya desde su niñez, cuando asistió al rodaje de El fava de Ramonet, cortometraje rodado
y dirigido en Valencia por Juan Andreu Moragas en 1933, convirtiéndose en la
primera pelÃcula sonora en valenciano. La historia estaba inspirada en un
sainete de Luis MartÃ, tÃo de Berlanga, y en ella ya estaban presentes los
ingredientes de ese "cine de risas" que tanto atraparÃa al cineasta. A pesar de
su admiración por directores europeos no precisamente cómicos como Pabst y su Don Quijote, Berlanga no se cansarÃa de
reivindicar el estilo de creadores como Louis de Funes (ese actor de raÃces
españolas que dijo inspirarse en el Pato Donald para su propia caracterización
como actor), o el cine del que consideraba su maestro, René Clair. El cine de
Berlanga supo hacerse eco de lo popular y del humor para captar al espectador,
buscando en ambas bazas una especie de "vaselina" con la que conseguir meter (a
modo de caballo de Troya) el fondo agridulce de sus historias. Por su cine tan
sustancioso es considerado una de las "tres B" del cine español, junto a Buñuel
y a su amigo Bardem (a éstas añadirÃa una cuarta, la de Carlos Blanco). De él
dirÃa Franco que no era comunista, sino simplemente un mal español. Tiempo
después escribirÃa La escopeta nacional,
inspirándose en un perdigonazo que Manuel Fraga dio accidentalmente en el
trasero a la hija del dictador, durante una cacerÃa. Pero Berlanga siempre fue
más allá de ideologÃas, y supo mostrar las miserias de ambos bandos en otra de
sus joyas, La vaquilla.
El término
"berlanguiano" forma ya parte del diccionario, desde que otro cineasta y
académico, José Luis Borau, logró su inclusión en la Real Academia. Con él
viene a definirse ese tipo de situaciones que, como decimos, se manifiestan
constantemente en nuestra vida, surrealistas y cómicas. La prueba está en uno
de los episodios sucedidos antes del fallecimiento de Berlanga, cuando un
periódico publicó su esquela por error.
Hasta el final de
su carrera con ParÃs Tombuctú (que
incluÃa en su escena final la elocuente frase, pintada sobre el icónico toro de
Osborne, de "tengo miedo"), nunca olvidó introducir el término "Austrohúngaro"
en alguna escena. Lo habÃa convertido en su talismán de la suerte y, tuviera o
no que ver con lo que hablaba el personaje que lo pronunciaba, le acompañó
hasta el final como cineasta. Y, de alguna forma, no deja de tener su sentido,
porque con Berlanga acaba toda una época, una dinastÃa de grandes del cine español,
pero su mensaje sigue y seguirá teniendo vigencia como valenciano universal que
fue.