Esa sensación.
Esa que se instala como una niebla espesa en el estómago cuando enciendes el telediario y otra vez -sÃ, otra vez- descubres que un polÃtico ha sido imputado por corrupción, que un contrato público ha sido amañado, que un familiar del cargo de turno ha sido premiado con un puesto para el que no está preparado. Esa sensación de que el sistema no solo no funciona, sino que nos ha fallado. Esa sensación de que todos nos somos iguales.
Esa sensación de que vivimos en un paÃs donde la justicia no es igual para todos. Porque no lo es. Lo sabemos cuando vemos cómo una causa por malversación o corrupción se eterniza durante años, mientras que a cualquier autónomo se le embargan las cuentas por un retraso de dos semanas con Hacienda. Lo intuimos -con amargura- cada vez que un ciudadano anónimo va a prisión por un error en su vida, y al mismo tiempo vemos cómo se archivan causas por "falta de pruebas" cuando se trata de figuras públicas con buenos abogados y contactos aún mejores. No entran en la cárcel o si lo hacen, salen muy pronto. ¿Habéis visto algún miembro del Clan Pujol hacerlo?
La lentitud judicial es otra forma de injusticia. Se ha convertido en un escudo para los poderosos. Quien tiene dinero aguanta el proceso, dilata, recurre, y al final la ciudadanÃa se resigna. La indignación ya no quema, apenas molesta. Es un murmullo constante al que nos hemos acostumbrado como quien se habitúa al ruido de una gotera que no sabe -o no quiere- arreglar.
Nos matan a impuestos, sÃ. Y no se trata de no contribuir: el problema es la desigualdad en el esfuerzo. ¿Por qué quien tiene menos acaba pagando proporcionalmente más? ¿Por qué se premia la ingenierÃa fiscal de las grandes fortunas y se persigue con saña al pequeño contribuyente? Esa sensación de que Hacienda somos todos… menos algunos.
Los contratos públicos, en demasiadas ocasiones, son un mercado de favores encubiertos. Licitaciones a medida, informes que maquillan la realidad, adjudicaciones que parecen pagas por servicios prestados en las campañas. Y todo bajo una aparente legalidad. Porque el sistema, diseñado para proteger lo público, ha sido manipulado para proteger a los que mangonean lo público.
Y el nepotismo, esa forma de corrupción blanda, pero no menos dañina. Hijos, primos, amigos del partido… La meritocracia es un concepto bonito que solo se aplica al currÃculum de los opositores, no a los despachos de quienes gobiernan. Que se lo digan a la primera directora general de À Punt -
- o a los Sancho en Canet d'En Berenguer, donde lograron plaza de funcionario 4 miembros de la misma familia en los puestos mejor remunerados del Ayuntamiento -'
El zorro en el gallinero'.
Esa sensación… de estar atrapados. De que el sistema hace aguas por todas partes. Pero ¿tiene solución?
SÃ, la tiene. Y pasa por exigir responsabilidad real, por reforzar la independencia judicial, por establecer lÃmites férreos a los cargos públicos, por revisar a fondo el sistema fiscal para hacerlo más justo, y por fomentar una cultura polÃtica donde el servicio público no sea un trampolÃn hacia la impunidad.
No pasa por los que se atrincheran al grito de '¡que viene la extrema derecha!' para 'resistir' según su manual, sino que pasa por nosotros. Por no mirar hacia otro lado, por no resignarnos, por votar con conciencia y no por costumbre, por exigir transparencia desde abajo. El Sistema del 78 hace aguas y hay que darle una vuelta. O mejor, dos vueltas, las que hacen falta para elegir presidente del Gobierno y éste no dependa de sinvergüenzas para mantenerse en el poder.
Porque esa sensación solo cambiará si dejamos de asumirla como inevitable.
Pere Valenciano