En los montes salvajes de Els Ports, donde la niebla acaricia las crestas y las historias se transmiten en susurros, pervive una figura que desafía etiquetas: La Pastora. Nacido en 1917 en Vallibona con una malformación genital, Florencio Pla Messeguer fue registrado como Teresa. Aquella ambigüedad lo condenó al aislamiento, pastoreando ovejas desde niño y creciendo entre montañas que, con el tiempo, serían su único refugio.
La historia dio un giro abrupto en 1947, cuando fue detenido violentamente por la Guardia Civil. Humillado y señalado, desapareció del mapa. Desde entonces, se convirtió en sombra: se unió a los maquis, la resistencia antifranquista que operaba en la clandestinidad. Reapareció en los relatos bajo el nombre de Florencio, y para muchos, como un espectro implacable.
Se movía por las sierras como si hablara con ellas. Dormía en cuevas, conocía cada fuente, cada paso oculto. Algunos lo llamaban "el Lobo del Maestrazgo", otros "el último guerrillero". Le atribuyeron hasta veinte muertes, aunque nunca hubo pruebas sólidas. Su figura creció entre el mito y el miedo, alimentada por titulares sensacionalistas que lo tachaban de monstruo o bandido.
Pero quienes lo conocieron hablaban distinto. Decían que tenía una mirada triste, casi mística. Que hablaba poco, que respetaba a los animales y que, bajo la luna llena, encendía pequeños fuegos rodeado de silencio y oraciones extrañas.
Fue capturado en 1960 en Andorra, juzgado y encarcelado. Pasó años en prisiones de hombres y mujeres, hasta que en 1987 fue liberado y reconocido legalmente como hombre. Murió en 2004, en el anonimato, sin apenas hablar de su vida. Nunca quiso entrevistas. Su silencio fue su último misterio.
Hoy, su figura es objeto de estudios, novelas y rutas culturales. Y sin embargo, su esencia escapa a los libros. En Vallibona, hay quien afirma que, en las noches de viento, se escucha un silbido agudo cruzando los pinares. Que el eco de La Pastora no murió, sino que vigila, como siempre, desde las alturas.
¿Fue víctima o verdugo? ¿Visionario o fugitivo? En Castellón, hay historias que no se entierran: se transforman en leyenda.