Érase una vez un paÃs
cercano, donde gobernaba un rey amado por sus súbditos. Al rey Adalberto le
encantaba decir a su pueblo que, en realidad, no eran sus súbditos, sino
ciudadanos libres e iguales. Llegó a ser muy popular y acarició la gloria, pero
no la logró, ya que se rodeó de un grupo de malvados, que tan solo pensaban en
sus propios intereses.
Consiguieron que el rey se
aislara de su pueblo, perdiera el contacto con la realidad y con la gente que
le adoraba. Le encerraron en una jaula de cristal y le aconsejaron en contra de
los intereses de sus propios ciudadanos. Para desgracia del pueblo, estos
malvados se hicieron con el control absoluto del reino. Tomaron decisiones que
nadie comprendÃa, con total despotismo e impunidad. El reino se empobrecÃa e
iba cada vez peor, pero no asumÃan ninguna responsabilidad. Sin que nadie lo
advirtiera, habÃan logrado secuestrar a todo un paÃs, otrora próspero y feliz.
Como era de esperar, ello
tuvo sus consecuencias. El pueblo le dio la espalda a su antaño querido monarca,
que se vio obligado a abdicar en favor de su hija, la joven princesa Inessa,
que también despertaba muchas simpatÃas entre la plebe. Vieron en ella lo que,
una vez, habÃa sido su padre. La ilusión pareció retornar al reino.
Pero todo fue un simple
espejismo. Pronto, los ciudadanos advirtieron que nada iba a cambiar, más bien
al contrario. La joven reina cometió el mismo error que su padre, no deshaciéndose
de todos los malvados que llevaron a la ruina a Adalberto. La convencieron de
que ellos eran los más sabios del paÃs, que eran capaces de revertir la
situación, pero para ello hacÃa falta mano dura y más control sobre sus
analfabetos súbditos, que suponÃan un estorbo. Tan solo resultaban útiles para
recaudar el diezmo.
La reina, entonces, decidió
abandonar el palacio real y trasladarse a su residencia de campo, en el centro
del paÃs, aislándose todavÃa más de sus ciudadanos, que se sintieron
abandonados por su joven monarca, después de otorgarle su confianza.
Mientras tanto,
promulgaron una nueva ley interna que ninguneaba al pueblo, pero no en favor de
la reina ni de su reino, sino de los oscuros intereses de los malvados. La ley
no tenÃa en cuenta la voluntad de sus ciudadanos, ya que consideraba que eran
unos simples ignorantes que nada bueno podÃan aportar. Otorgaba el poder
absoluto a los malvados. La reina Inessa consintió con semejante felonÃa, toda
una traición a su pueblo, que tantas esperanzas habÃa depositado en ella.
Visto que las decisiones
de los malvados habÃan conseguido soliviantar a sus súbditos y empeorar todavÃa
más la situación del reino, Inessa optó por regresar.
Los mismos malvados le
recomendaron que, para tan magno acontecimiento, debÃa de ir vestida con un
traje acorde a las circunstancias. Con el fastuoso vestido puesto, se miró al
espejo cuadrado que le habÃan obsequiado los malvados. Por supuesto, el espejo
cuadrado tenÃa truco y le devolvió una imagen totalmente distorsionada de la
realidad, que Inessa no dudó en aceptar.
A su regreso, esperando
ser recibida como la reina que creÃa que era, un simple niño, uno de esos que
habÃa despreciado, se le acercó y le dijo: «Su majestad, está desnuda».
La reina no quiso
reconocerlo y continuó su paseo por las calles del pueblo, donde apenas quedaba
ya nadie.
Se topó de bruces con la
cruda realidad.
El espejo cuadrado le
habÃa mentido. Su reino ya no era tal y ella caminaba desnuda.
Adaptación ciudadana del
cuento de Hans Christian Andersen, «El traje nuevo del emperador», también
conocido como «El rey desnudo».