Abstraerse a día de hoy de lo
que está sucediendo alrededor de la crisis interna del Partido Popular es
ciertamente imposible, pues se están visualizando todos los detalles de cada
suceso en pleno prime time televisivo. Es una guerra entre más de dos personas,
que está sacando a la luz las peores entrañas de la política, en forma de egos
desmedidos, traiciones, deslealtades, incompetencia, mentiras, rencores,
ambición e imposibilidad de dialogar sinceramente entre ellos mismos. De fondo,
subyace también la siempre omnipresente sombra de la corrupción. Esta guerra
está siendo un absoluto oxímoron de lo que debería ser la política bien
entendida.
Los padres de la Constitución
nos enseñaron el camino del encuentro y el diálogo como el punto de partida de
lo que debe ser la política bien entendida. A todo ello, se le ha de sumar la
vocación de servicio público, una preparación personal y profesional adecuada,
así como la humildad para trabajar, dándolo todo, sin pedir nada a cambio. Y
por supuesto, desde la primera persona que forma el partido político, hasta la
última, tener absoluta responsabilidad de Estado.
La responsabilidad de Estado
puede ser de ámbito municipal, autonómico y general; tanto si se está en el
gobierno, como si se está en la oposición. Muchas veces, esta responsabilidad puede
vislumbrarse en posición de gobernar en la propia dinámica de los pactos para conformar
los gobiernos en cada localidad o territorio y en la utilidad y coherencia de las
políticas que se desarrollan con posterioridad. Y en la oposición, siendo útil,
dialogante, veraz, coherente, y también, contundente cuando toca.
La responsabilidad política,
igualmente, puede identificarse observando cómo se comportan los miembros de un
partido en su día a día dentro de su seno. Si lo que los ciudadanos vemos o
leemos de los líderes de muchos partidos ya no nos gusta nada en su propio
devenir interno en sus sedes, imaginen ustedes qué responsabilidad de Estado se
puede tener cuando los mismos protagonistas políticos conforman coaliciones y
gobiernos, sin casi experiencia profesional en la vida real. El resultado final
de esta ecuación supone un daño económico al ciudadano e inestabilidad
gubernamental, con incluso rupturas de pactos a mitad de legislatura mediante
ardides y mentiras. Como ejemplo, lo que ha hecho el PP en la Comunidad de Madrid
o en Castilla y León en estos últimos meses, forzando elecciones injustas, costosas
e innecesarias, con el votante de rehén. Todo ello, persiguiendo meros fines
electoralistas.
Me
pregunto de qué valen unas siglas o unos políticos sin esa responsabilidad de
Estado. Por desgracia, ese valor inculcado con la elaboración de nuestra Constitución
ha dejado de verse desde hace mucho tiempo, especialmente en las fuerzas
populistas y nacionalistas, aunque dudo mucho que alguna de ellas ostentase tal
valor nunca.
El
populismo, ya sea de izquierdas o de derechas, amenaza las libertades, la
tolerancia y la sociedad tal y como la conocemos. El nacionalismo es, en
sí mismo, el germen de muchas muertes y tragedias, en especial las sucedidas en
la Europa del siglo XX y, contemporáneamente, con las motivaciones de Rusia en
el conflicto con Ucrania. Esta falta de responsabilidad de Estado, intrínsecamente
reflejada en estas fuerzas, hace que populistas y nacionalistas se intenten
aprovechar del enfado de muchas personas, afectadas por las sucesivas crisis
económicas. Estos movimientos actúan en
base a proclamas económicas o sociales ventajistas, o sobre reivindicaciones
territoriales injustificadas, pretendiendo rentabilizar el descontento o el
desamparo de las buenas personas, en forma de votos fáciles u otro tipo de
ganancias.
Hasta
aquí, en materia de falta responsabilidad de Estado, quizás nada nuevo que no
supiéramos con nacionalistas o populistas. Pero los acontecimientos de los
últimos años, tanto en lo referente al PP, como al PSOE, dejan la situación como
crítica, políticamente hablando, con una opinión generalizada paupérrima hacia
los políticos por parte de la ciudadanía. Obviamente, no todos los partidos y
los políticos son iguales, pero a causa de unos pocos, todavía demasiados, se
ha generalizado y extendido este mal concepto.
En
lo referente al PSOE, como ejemplo de falta de responsabilidad de Estado en
toda su extensión, nos viene a la cabeza sus casos de corrupción sistemática por
toda España. A fecha de hoy, este partido suma 134 situaciones juzgadas o en
camino de ser juzgadas en todo el territorio nacional, especialmente en
Andalucía. Aunque la falta de sentido de Estado del PSOE también estriba en los
sucesivos 'gobiernos Frankenstein' en los que ha sido partícipe, incluso
impulsor. Recuerden el primer 'tripartit' en Cataluña, parte del germen actual
de muchos de los problemas que suceden en este territorio. O el actual Gobierno
de España, con muy poca reputación, tanto dentro, como fuera del país.
Respecto
al Partido Popular, en materia de corrupción, ostenta el deshonroso primer
puesto del ranking nacional, con 261 casos repartidos por toda España. Como
último ejemplo de falta de responsabilidad de Estado, lo que sucedió hace unas
semanas con su negativa, nada bien justificada, a la reforma laboral y el
lamentable espectáculo contiguo del diputado Alberto Casero no equivocándose. O
lo que ha sucedido esta semana, en prime time, tal y como hemos descrito. Toda
una guerra entre personajes, olvidando el fin del servicio público y los
problemas diarios de los ciudadanos. Todo aberrante, pero demasiado real como
para olvidarlo.
Como
antítesis y contrapunto de todo esto, el papel y el sentido de Estado que ha
mostrado mi partido, Ciudadanos, desde hace años. Sin ir más lejos, en los
peores meses de la pandemia, apoyando los estados de alarma que fueron precisos
y necesarios, salvando al país del chantaje de los nacionalistas. También,
cuando fuimos capaces de llegar a acuerdos muy trabajados en los pactos de
reconstrucción nacional, autonómicos y locales. Igualmente, en las peticiones
de control de los fondos europeos, para evitar situaciones de intermediarios y
lobbies. Y últimamente, en el apoyo dialogado a la reforma laboral. Todo un
manual de política útil al servicio de la sociedad.
Querido
lector, muchas veces me pregunto por qué a los partidos y siglas, como PSOE y
PP, que no han tenido demostradamente desde años esta responsabilidad de Estado
a la que he aludido, el votante no les castiga como debería por la corrupción y
por la contumacia en mantener sus errores, las mentiras a la ciudadanía y el
sostenimiento del poder a toda costa. Me niego a pensar que el máximo castigo que
finalmente les infligen es que les hagan bajar su suelo electoral, como mucho
en veinte escaños cada cuatro años. Me hace pensar qué falla en el 'sistema' o
qué se interpreta mal del mismo.
Por
otro lado, me hago críticamente la pregunta de por qué a quienes hemos
demostrado responsabilidad de Estado en muchas ocasiones, aunque en algún
momento hayamos cometido errores, se nos castiga quizás en exceso. Me pregunto
si es posible que, como pasa en otros órdenes de la vida, el hecho de poner el
listón o las expectativas muy altas, se paga demasiado caro cuando no se está
siempre por encima de las mismas. Creo que al leer esto, a muchas personas les
ha sucedido lo mismo en algún momento de sus vidas, y por ello, pueden llegar a
empatizar con mi reflexión.
Concluyo
con una frase del filósofo y moralista francés Joseph Joubert, descubierta
póstumamente, que cita: "como la dicha de un pueblo depende de ser bien gobernado, la
elección de sus gobernantes pide una reflexión profunda". Solo les solicito que lleven a cabo tal reflexión, puesto que
la situación de extrema gravedad que vive el país sobre la actual falta de responsabilidad
de Estado de sus gobernantes, así como del que se hace llamar 'primer partido
de la oposición', así lo requiere.