El morbo atrae.
Es esa fascinación oscura por el sufrimiento, esa tensión malsana entre el dolor ajeno y la necesidad de observarlo. No busca entenderlo, pero sí consumirlo con deleite, gozoso revuelco en el barro del dolor. El morbo convierte la tragedia en espectáculo y el sufrimiento en un consumo vergonzante.
El morbo actúa con elegancia disfrazada. Se presenta como interés público, como "necesidad de saber". Pero en última instancia lo que busca, más que saber, es emocionarse malsanamente con la visión.
Sobre todo ante la muerte súbita o el accidente inesperado... pues la muerte que irrumpe como un rayo tiene un poder especial: horroriza y, en secreto… hipnotiza y deslumbra. Tras la apariencia de dolor colectivo, a veces se cuela una pulsión más turbia.
Como si el dolor ajeno nos validara y recordara, con alivio, con curiosidad morbosa, que seguimos vivos.
Lo viví de cerca en 2015, tras la tragedia del vuelo de Germanwings. Dieciséis alumnos y dos profesoras alemanas, con quienes había trabajado días antes en el instituto donde yo daba clases, murieron en los Alpes. El centro se sumió en la estupefacción. Pero al otro lado del muro, las cámaras ya estaban preparadas. Buscaban una lágrima con foco, una vela que durara lo justo, una emoción encuadrada. Reacciones que alimentaran el deseo nunca confeso del morbo. Porque el morbo comparte con la envidia que nadie lo admite, pero todos lo entienden.
Los medios no se retiraron del centro escolar. La tragedia ya era escena, como en el teatro: con reparto, guion implícito y espectadores ávidos de algo más que información. Como en el teatro del Siglo de Oro, la palabra no bastaba: era necesaria la sangre. Y Lope de Vega se la daba con gusto…
Esa misma necesidad de impacto, siglos después, encontró en Alcàsser su versión televisiva en la realidad, no en la ficción. Porque aquel crimen fue el ensayo general de una nueva forma de consumir el horror: cobertura al minuto, imágenes insólitas, declaraciones ácidas, corrosivas y alocadas. La televisión convirtió aquella muerte múltiple en una serie por entregas. Cada pista, testimonio o plano fue absorbido por una audiencia que abandonó la mirada de compasión y empezó a mirar con deleite enfermizo. Para no dejar de mirar.
Décadas después, Netflix retomó el caso en clave documental. Reafirma la versión oficial -una versión sobre la que aún mantengo reservas, pese a Netflix y pese a las sentencias-, pero dicho documental revela algo muy profundo: que Alcàsser demostró que el dolor engancha a poco que lo forje en directo un buen herrero -o una herrera. Y de aquellas nieves de herrero, estos fríos de humanidad y esperanza.
Que una tragedia -si se ofrece con exclusivas y crudeza- atrae más que la mejor de las ficciones. No hay Quijote ni Verano Azul ni serie televisiva ni ficción alguna que iguale el poder del morbo.