El mundo está cambiando, la verdad se
desvanece, la guerra es inminente. Así reza la sentencia inicial del último e intenso episodio de Misión
Imposible. Continúa explorando las interesantes ideas y advertencias que
aparecían en el anterior. Lo hace con un prólogo prometedor, donde apunta al
peligro que suponen los nuevos dioses digitales, cuyos adeptos aumentan cada
día. Y se permite rendir homenaje a todas las películas de la saga, en lo que
parece una despedida. Su elaborado argumento ya no se limita a ser el pretexto
que justifica la acción y aunque rebaja las dosis de adrenalina, resulta
absorbente e inquietante.
Retoma la trama con Ethan Hunt buscando la
manera de anular a la poderosa «Entidad». Ha
conseguido la llave de acceso a esta ingobernable inteligencia artificial, pero
necesita el código fuente. Ello implica localizar al Sebastopol, un submarino
ruso hundido en algún lugar del mar de Bering, y extraer el módulo que contiene
esa clave. Sin embargo, el codicioso Gabriel no se detendrá hasta obtener esos
mismos dispositivos, con los que haría realidad sus oscuras intenciones.
Conforme pasan las horas, la probabilidad de que se produzca una devastación
nuclear va creciendo.
La extensa introducción que precede a los
títulos iniciales avanza la dinámica del filme. No obstante, los acelerados flashbacks,
que recuperan personajes e instantes cruciales de sus predecesoras, se
concentran en los preámbulos. Aprovecha el factor nostálgico que tan buena
aceptación tiene entre el público de otras franquicias cinematográficas. Llama
la atención la ausencia de secuencias deslumbrantes en esos compases.
En cualquier caso, aun atreviéndose a alterar
ligeramente la fórmula habitual, de éxito contrastado, cumple sobradamente con
las expectativas. El suspense y los episodios de una tensión máxima mantienen
al espectador en vilo. Y, lógicamente, el clímax final no defrauda. Alterna con
fluidez distintos escenarios y potencia las sensaciones que venía anticipando,
especialmente cuando se traslada a los cielos de Sudáfrica.
Casi sin darse cuenta transcurren sus 169
minutos, que son unos menos si se descuentan los créditos de cierre, tras los
cuales no hay nada más.
Además de contar con una realización
irreprochable, destaca la banda sonora que firman Max Aruj y Alfie Godfrey. Su
elocuente y descriptiva partitura no abusa del famoso tema compuesto por Lalo
Schifrin en los 60.
Tom Cruise vuelve a lucirse
ejecutando unas arriesgadas acrobacias. Y Hayley Atwell (Capitán América: El
primer vengador) reafirma que su elección fue un gran acierto.
Ficha técnica