Hace poco nos reunimos en una librería de Valencia, United Minds ("mentes unidas"), que, a mi parecer, no podría tener una mejor
localización: la calle de la Democracia. La sesión, "Reflexiones sobre
identidad"; el hilo conductor, Lucía Mbomío y su proyecto Nadie
nos ha dado vela en este entierro".
¿Cuál es tu identidad? Quizás jamás te lo hayas preguntado. ¿Qué
hace que tú seas tú? Ojo, no hablo de cuestiones neurológicas sobre el
funcionamiento del cerebro. Me pregunto (nos preguntábamos) más bien cuáles
eran los elementos que definen la identidad de una persona. En definitiva,
buscábamos un qué alrededor del cual entendernos
en esencia, no como personas necesariamente excluidas, pero sí en una eterna
pugna por constituir la alteridad. Y no planteábamos nada espiritual. Fue, en
esencia, una sesión para dotarnos de herramientas de supervivencia en un
entorno hostil. Simple, ¿verdad? Y, ¿para qué?
Responder a esta pregunta hace que necesariamente debamos partir
de un contexto: el de opresión de la minoría. No solo de la mía. Más allá de
los colectivos no-caucásicos, el LGTBI me entenderá a la perfección. ¿Quién ha
de decir quién eres o a quién amas? Nadie, ¿verdad? Solo tú. Al final, la
opresión o la presión de una parte sobre la otra es lo que forja identidades. Y
las moldea tanto en el que busca oprimir y ha de identificarse para saber quién
será la víctima, como en la parte oprimida. Saberse la mitad perdedora hace
que, inevitablemente, busques identificarte, buscarte, saber quién eres y por
qué sufres esa circunstancia.
Lo vemos día a día en los medios de comunicación: partidos
políticos que se identifican en contraposición a otras ideologías (izquierda
como aquello que se opone derecha), discursos de contraposición (la gente de
abajo, el 99 %, frente al 1 % de arriba), secuencias históricas (moros frente a
cristianos, Occidente frente a Oriente), formas de proceder en las
organizaciones (apertura y renovación frente a opacidad), etcétera. Siempre es
posible para alguien auto identificarse definiendo aquello que no es. No sé muy
bien qué es ser español, pero lo que sí sé es que no soy francés, por ejemplo.
¿Y por qué una persona africana o afrodescendiente debería saber
cuál es su identidad? No debe. No es imprescindible. Pero cuando
permanentemente se cuestiona quién eres, de dónde vienes o cómo te califica
esto, se convierte en una necesidad ineludible:
-¿De dónde eres? – te preguntan.
- De Valencia – les contestas.
- Sí, pero, ¿de dónde? – insisten. Siempre insisten.
Está claro que, por paradójico que suene, todo el mundo viene de
algún lugar. Hasta tú, que te crees en tu sitio. Es más, según el consenso
científico –recuerdo– toda la humanidad proviene de lo que hoy denominamos
continente africano. Entonces, ¿por qué hemos de cuestionar esto a perpetuo? Ya
estamos aquí. España, Valencia o tu pueblo han de ir haciéndose a la idea. Las
mal llamadas segundas y terceras generaciones, las eternamente estigmatizadas
con el marchamo de extranjería, estamos presentes y con plena disposición a
decidir nuestro origen, raíces e identidad. Diversity
is coming already here.