Rentrée. Nombre femenino –y francés, para más señas- que
designa la incorporación a un trabajo o una ocupación después de
un período de inactividad. Lo que los niños, y no tan niños,
vienen en llamar vuelta al cole. Y lo que muchos llamamos una faena,
por no usar otro término malsonante.
Se acabaron las vacaciones y la rutina vuelve a instalarse en
nuestras vidas. Los estudiantes vuelven a las aulas –para alivio de
muchos padres, justo es reconocerlo- los trabajadores a sus puestos
de trabajo y hasta los enrolados en cualquier tipo de asociación,
plataforma o grupo del tipo que fuera retoman sus actividades. Sean
encadenarse en contra del cambio climático o confeccionar maceteros
de macramé. Cada mochuelo a su olivo.
Ya han pasado unos días y los informativos ya nos han hablado del
sempiterno síndrome postvacacional, de la vuelta al cole, del coste
de los libros de textos y del inicio de la programación de otoño en
todas las cadenas de televisión. Los escaparates ya lucen maniquíes
abrigados hasta las cejas aunque siga haciendo un calor considerable
y en nada nos obligarán a modificar una hora de nuestros relojes so
pretexto de una ahorro energético que nunca he comprendido
demasiado.
Porque la vida sigue y eso es ahora lo que toca.
Volvemos de un verano que aún nos tiene el alma encogida entre lo
que han llamado crisis migratoria -y que no es otra cosa que una
hecatombre humanitaria a escala mundial- y un goteo constante de
victimas de violencia de género, entre las que se incluyen varios
niños.
Pero la cuestión es ¿los recordaremos en unos días, en unas
semanas, en unos meses? ¿O el nudo en el alma se irá deshaciendo
hasta desaparecer como parece que hacemos con todo lo que no es
candente actualidad?
La respuesta es tristemente obvia. Apenas han pasado unos días desde
que la foto del niño de la playa nos martilleaba la conciencia y el
descubrimiento de los cadáveres enterrados en cal viva de dos
jóvenes asesinadas nos encendía las alarmas, y ya parecen estar
siendo aplastados los ecos de estas noticias por las novedades en las
elecciones catalanas, el último partido de la liga de fútbol o el
campeonato de basket.
No sé si algo propio de la naturaleza humana o simplemente nos
dejamos llevar. Pero, pasado el primer impacto, seguirán habiendo
personas que huyen desesperadamente de su país, y seguirá habiendo
hogares sobre el que la sombra de la violencia machista continúe
extendiendo su poder. Y, poco a poco, dejaremos de hablar de ello,
dejarán de hacer llamadas a la solidaridad y anunciando medidas que
nunca llegan.
¿Cuántas cosas han de pasar para comprender que los problemas no
son algo que esté de moda, qué las consecuencias siguen, y hay
personas atrapadas en verdaderos infiernos reclamando ayuda?
Esperemos que no sea necesaria otra fotografía de otro niño en la
playa para recordárnoslo.