En junio de 2010, acabó
la presidencia europea de RodrÃguez Zapatero. En pocos dÃas,
finalizará también la presidencia estadounidense de Barack Obama.
Definitivamente, el acontecimiento histórico planetario que
profetizó Leire PajÃn no ha sido tan determinante como ella lo
pintó.
La despedida de Obama
acabará siendo como la de Velvet. De tanto que se está anunciando,
acabaremos deseando que llegue ya su final. Sin embargo, soy de los
que opinan que sus resultados han sido positivos para EEUU aunque,
aparentemente, su etapa de gobierno, haya pasado sin pena ni gloria.
La economÃa interior estadounidense ha mejorado y su imagen exterior
también. El empleo ha crecido, la economÃa se ha reactivado, se ha
implantado una gran parte de la reforma sanitaria prevista, se han
acabado dos guerras y se ha empezado un proceso de desbloqueo de
relaciones internacionales largamente congeladas. En principio, solo
la ausencia, casi absoluta, de liderazgo mundial, unida al riesgo que
entraña la cesión de terreno a la Rusia de Putin puede poner un
punto gris a su gestión.
Obama ha sido vÃctima de
las expectativas que se generaron con su elección. La esperanza de
poder implantar una nueva forma de entender el gobierno, unida a sus
grandes dotes como comunicador y a la anécdota de ser el primer
presidente negro, hicieron pensar, a muchos, que esta etapa podÃa
ser un punto de inflexión en el devenir mundial.
Y suele pasar, cuando nos
insisten en que algo va a ser muy bueno (da igual referirse a un
estreno de cine, a un plato master-cheff o a una presidencia de
Estado) que llega un momento en que, por mucha calidad que ofrezca,
nos deja un poco indiferentes y, aún dirÃa más, un tanto
decepcionados.
La
historia acabará poniendo a los Obama en donde les corresponda y,
probablemente, tendrán un buen trato histórico por haber dirigido
una etapa tranquila pero constructiva en los Estados Unidos. Veremos
si, dentro de cuatro u ocho años, podemos decir algo parecido con la
nueva etapa que ahora se abre.