Definitivamente,
nos estamos volviendo irreverentes. Por si era aún necesario, el
resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos viene a
confirmar que vende más la descalificación del contrincante que la
presentación de un proyecto de gestión solvente.
Vaya
por delante que, en estas elecciones, no me gustaba ninguno de los
dos candidatos, pero he de reconocer que el que ha ganado es el que
menos me gustaba. Sus manifestaciones racistas, sexistas y xenófobas
durante la campaña abren ahora un momento de incertidumbre que
preocupa, más aún tratándose de un país con la influencia mundial
que tiene Estados Unidos. Nadie en la Casa Blanca me había dado
tanto miedo desde que la visitaron las hijas de Rodríguez Zapatero.
Una
vez más, pierde el candidato que consideró ganadas las elecciones
desde el inicio de la campaña. Una vez más, hemos llegado a un
punto donde tiene más fuerza la incerteza que supone la repulsa a lo
tradicional que la visión continuista, aunque esta última permita
apostar por un mayor grado de estabilidad. En Estados Unidos ha
ganado la huida de lo conocido, delestablishment,y
la percepción de la necesidad de cambio ante la decepción que ha
supuesto la presidencia de Obama que, aún aportando buenos
resultados económicos, ni de lejos ha alcanzado las expectativas que
se generaron en su elección.
Al
final, se confirmará que el acontecimiento histórico planetario que
profetizaba Leire Pajín en 2011 acaba con coincidencias a ambos
lados del Atlántico. Mientras en España ha fulminado al PSOE y
regalado el liderazgo a una fuerza populista, nacida de las tertulias
televisivas, en Estados Unidos, entrega la presidencia, de la forma
más inesperada, a un candidato republicano al que, por sus formas,
dejó de apoyar su propio partido.
En
fin, que el mundo está cambiando, pero solo porque, entre todos,
estamos decidiendo que así sea. Ahora solo falta desear que el
cambio acabe dando resultados positivos.