Otra vez. Como siempre. Como nunca deberÃa ocurrir, pero ocurre. La Comunitat Valenciana vuelve a poner el pecho, a salir a la calle con lo puesto y a dar la cara por los suyos mientras el Gobierno de España, instalado en la cómoda indiferencia, mira hacia otro lado. Y en Bruselas, ni se han enterado. O peor: sà lo han hecho y no les importa. La última DANA ha golpeado con fuerza la provincia de Valencia, dejando campos arrasados, casas anegadas y negocios hundidos. Lo peor, 228 vidas humanas. Irrecuperables. Pero más allá del agua, de los muertos y la catástrofe económica, lo que de verdad nos ahoga es el silencio. El silencio cómplice del Gobierno central, que ni ha activado fondos extraordinarios ni ha desplegado el músculo que tanto presume cuando se trata de otras comunidades. Ha enviado dinero a los Ayuntamientos, sÃ, pero no tienen medios técnicos ni personales para gestionarlos. Y después está el silencio atronador de una Unión Europea que ha movido cielo y tierra por otros desastres -con razón, por supuesto- pero que a Valencia ni la menciona. Apenas unos gestos de cara a la galerÃa, pero nada para la reconstrucción. Y vamos camino de ¡7 meses!
Y aquÃ, ¿quién responde? La Generalitat Valenciana. Con lo poco que tiene. Una administración autonómica estrangulada por un sistema de financiación que es directamente una humillación institucional. Porque eso es lo que es: una humillación. No hay otro término. Somos la comunidad autónoma peor financiada de España. Y eso no es un dato técnico, es una sentencia polÃtica. Una decisión deliberada que arrastramos desde hace décadas. La izquierda lo prometió y no lo cumplió. La derecha lo denuncia ahora, pero calló cuando le tocaba actuar. Ni unos, ni otros. Y lo pagamos los valencianos y las valencianas.
¿Y qué hace la Generalitat? Tirar de fondos propios. Sacar dinero de donde no lo hay para socorrer a los damnificados. Para intentar, al menos, que el desastre no sea aún mayor. ¿Y cuál es el precio? Más deuda. Más retrasos en pagos. Proveedores asfixiados. Asociaciones sociales con facturas sin cobrar desde hace meses. Ayuntamientos pequeños paralizados. Mancomunidades que no reciben los fondos para realizar su trabajo, el que no puede hacer un Consistorio ni la Diputación ni la Generalitat ni el Gobierno de España ni la UE. El tejido productivo valenciano aguantando como puede porque nadie más lo sostiene.
¿De verdad alguien en Moncloa cree que esto es justo? ¿De verdad alguien en Bruselas se atreve a hablar de solidaridad europea con la boca llena mientras nos deja solos una vez más?
Que no se engañe nadie: esta situación no es una excepción por culpa de la DANA. Es el reflejo exacto de un problema estructural que lleva años pudriéndose sin que nadie tenga la valentÃa -o la decencia- de ponerle solución. Porque mientras se regatean millones en Madrid, aquà hablamos de personas. De familias que lo han perdido todo. De agricultores que no saben si podrán sembrar el año que viene. De empresas pequeñas que ya no saben si volverán a cobrar. De cientos de personas atrapadas en sus viviendas porque no reparan los ascensores. De miles de personas con su salud mental devastada.
Y mientras tanto, los datos duelen: más de 200 euros menos por habitante al año en financiación que otras comunidades. ¿Esto es igualdad? ¿Esto es justicia territorial?
No, esto es una tomadura de pelo.
Lo peor es que a pesar de todo, la Comunitat Valenciana sigue tirando del carro económico del paÃs. Genera riqueza. Atrae inversión. Crea empleo. Lo hace sin recursos, sin privilegios y sin chantajes. A pulmón. Lo hace porque aquà la gente trabaja, resiste y no se rinde. Pero ya basta. Ya está bien de ser los paganos del sistema.
Valencia no puede seguir pagando la factura de la desidia estatal. La reforma de la financiación no puede esperar más. Y la ayuda ante una emergencia como la DANA no puede depender de si caes simpático o no en La Moncloa. El desastre climático ha sido natural. Lo demás, no.
Lo demás es polÃtica. Mala polÃtica.
Y si el Gobierno de España no lo remedia, si Europa no despierta, si seguimos solos… que al menos nadie tenga la cara de pedirnos silencio. Porque aquÃ, de callar, ya estamos hartos. Hasta los cojones.