La Comisión de Cultura, Bienestar Social, Educación y Deportes ha aprobado hoy el cambio de Valencia a Valencia. Sí, parece una perogrullada, aunque no lo es. Aquello que ha ratificado es que Valencia oficialmente ya no se escribirá como el propio pleno del Ayuntamiento (con otras siglas políticas al frente) aprobó hacerlo en 2016, únicamente con acento abierto. Se hará, en la práctica, como se pronuncia y anota o teclea mayoritariamente, sin acento alguno. Aunque quien prefiera la versión acentuada, en valenciano, podrá también escribirlo de ese modo y estará acogido por la patena de oficialidad. No obstante, deberá hacerlo con acento cerrado, al contrario de lo que sucede en la actualidad.
Durante nueve años, y hasta que concluya el proceso burocrático que contempla su aprobación en pleno, su publicación en el BOP y su ratificación por el Consell dela Generalitat, la capital de la Comunitat Valenciana ha empleado en sus documentos, en sus campañas de promoción y en su cartelería, un topónimo impostado. O impuesto por la mayoría del pleno de hace tres mandatos, el que dirigía el por entonces alcalde, Joan Ribó, y conformaban Compromís, PSPV-PSOE y València en Comú. En versión monolingüe.
Aquella decisión de sesión plenaria, ratificada por 17 personas, truncó una denominación milenaria transmitida de generación a generación y que ha sido enseña de la ciudad, de su capacidad para transcender en el ámbito internacional por sus exportaciones sederas o citrícolas, por su impulso cultural, por su legado humanista, por sus festejos, por las competiciones y eventos acogidos o por un largo etcétera de factores que se han ido sumando durante centurias. Todo esto confluía en la marca Valencia.
Sí, la suma de concejales de aquellos partidos les otorgaba los 17 ediles que suman una mayoría absoluta pelada del total de 33 que configuran el hemiciclo. Ninguna de las formaciones que los agrupaba había ganado las elecciones. No fue óbice para que llevaran a la práctica una decisión de un simbolismo extremo: cambiar una parte de la denominación de la metrópoli, de la capital. Metamorfosear, por una decisión de políticos, una legado histórico. Sin dar una segunda alternativa.
Ahora, otra mayoría justita, también de 17, aunque de partidos muy diferentes (PP y Vox), aprueba una doble denominación. Por un lado, recupera la histórica, la secular, la de Valencia sin acento alguno, en castellano. Y, por otro, ofrece una opción diferente para quien quiera escribirla en la otra lengua oficial, el valenciano. Aporta la duplicidad bilingüe.
Aquí llega la polémica, porque la primera medida, la natural, simplemente refleja la historia, el sentimiento y la realidad social, la de nombrar Valencia por su topónimo en castellano. La segunda se basa en el estudio técnico del lingüista y miembro de la Academia Valenciana de la Lengua (AVL) Abelard Saragossà, que defiende el acento cerrado.
Los grupos de la oposición -que son dos de los tres que auspiciaron el cambio en 2016 cuando gobernaron- claman contra esta determinación porque afirman que no se ajusta a la normativa valenciana y demandan que el acento tiene que ser abierto. Ahí ya se abre un extenso debate de difícil consenso. No obstante, tienen la opción de, si no les agrada, emplear la versión en castellano, la otra lengua oficial. Esa constituye la gran novedad del cambio, que Valencia vuelve a ser Valencia.