Susana Gisbert./EPDA
En
mis últimos viajes por España, he comprobado algo que al principio me causó una
mezcla de asombro y enfado, y que ahora he entendido. Lo adminículos de aseo tamaño
mini habían desaparecido. En lugar de esas botellitas tan cuquis -más cuquis
cuantas más estrellas tenía el hotel-, había botellas grandes con su
dosificador del que una podía escanciarse el gel, el champú, el acondicionador,
la crema o lo que hiciera falta.
Al principio, como he dicho, la cosa me
disgustó. Y pensé que menuda tacañería eso de no ponerme mis botellitas, con lo
que me gustan. Cuando mis hijas eran pequeñas, se las llevaba a casa como regalo
y les encantaban. Ahora me hacían un buen papel para reutilizarlas para viajar
en avión o para llevarlas al gimnasio o a mis clases de ballet.
Pero se acabó. La despedida empezó con
los cepillos de dientes y, algunas veces, los peines, que ya solo eran
proporcionados por petición expresa del cliente, según rezaban los correspondientes
avisos en las habitaciones. Y ahora les ha llegado el turno a las botellitas. Y
es que nuestro planeta ya no se puede permitir el lujo que andemos
despilfarrando jabón y, sobre todo, utilizando plásticos innecesariamente. La
época de las cosas de usar y tirar se acabó, y en eso no podíamos hacer una
excepción. Aunque yo me quede sin mis botellitas.
Todo esto me ha recordado un anuncio
que veía en mi infancia, y se refería al desperdicio de energía. Decía el
eslogan, que se me quedó grabado en el disco duro para siempre, que había que
ahorrar porque “aunque usted pueda, España no puede”. Y es de lo que se trata,
no tanto de que no pueda nuestro país, sino de que no puede el mundo.
Y es que hay que cambiar el chip. Del
mismo modo que, en algún momento de la infancia de la generación boomer todo se
convirtió en plástico y útiles de usar y tirar, ahora nos toca recorrer el camino
de vuelta. El regreso de un camino que tal vez nunca debimos emprender, por más
que entonces no sabíamos lo que nos jugábamos.
Ahora lo sabemos. Sabemos que nuestro planeta
merece cuidado, que nuestros recursos no son infinitos y que cada cosa, por
pequeña que sea es importante. Y por eso hay que decir adiós a aquellas
botellitas tan monas, aunque se echen en falta.
Nos acostumbraremos, desde luego. Más
nos vale
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